jueves, 28 de febrero de 2013

Economía Basada en Recursos

Economía Basada en Recursos 
(breve indtroducción)
Por El Proyecto Venus
Traducción al español: Giancarlo Melini

La Economía Basada en Recursos, comúnmente abreviada como EBR o RBE (por sus siglas en inglés, Resource-based economy) es una propuesta y sistema de creación de abundancia que usa el método científico aplicado al interés y necesidades sociales. Específicamente, es un sistema global de gestión de recursos, que utiliza los principios de la teoría general de los sistemas, en donde los bienes y servicios están disponibles en forma de patrimonio común para todos los habitantes del mundo sin necesidad de ningún tipo de dinero, crédito, trueque o cualquier otro sistema de intercambio o servidumbre. Además propone basarse en el uso de la automatización avanzada y los más recientes descubrimientos, para realizar los trabajos monótonos, repetitivos, aburridos y peligrosos con sistemas inteligentes y autónomos de distribución, producción y reciclaje, de modo tal que ningún humano esté en situación de riesgo o en actividades sin sentido.

La premisa principal de este concepto y propuesta de sistema se basa en el hecho de que el planeta Tierra tiene recursos finitos pero suficientes para cubrir las necesidades vitales de todos sus habitantes, si aquellos son gestionados de forma lógica y eficiente, sin usar, ni depender del sistema monetario o de mercados.

Así pues, una EBR sobrepasa al sistema monetario y a la política como la conocemos, como métodos para resolver problemas y planear sociedades, ya que estos se asumen como anticuados, paralizantes y obsoletos; no obstante, si se promueve e impulsa la superación de los mismos encaminándose hacia una organización social horizontal y descentralizada, donde todo los individuos son igual de relevantes, y por lo tanto todos tienen por igual la potencialidad de injerencia y participación en todos los aspectos de la sociedad, sin la necesidad de que ningún individuo tenga que competir codo a codo con los demás para lograr su bienestar. En este nuevo sistema económico se hace una revisión del sistema monetario y a todos los tipos de gobierno (que incluye por ejemplo capitalismo, fascismo, comunismo, socialismo, monarquía y cualquier otra ideología económica que utilice dinero y no opere principalmente a través del método científico) señalando que hoy en día solo sirven para generar y perpetuar la escasez, ejercer la negligencia medioambiental y desperdiciar la abundancia de recursos con los que cuenta actualmente el planeta, que actualmente podrían satisfacer las necesidades de todos los seres humanos (de ser gestionados de forma eficiente e inteligente).

La razón de la afirmación previa se basa en el hecho de que todos los tipos de gobierno que actualmente conocemos y se han impuesto en la historia humana, asumen que el planeta tiene infinitos recursos, que el dinero y los sistemas que se generan alrededor de este como los bancos y otros son las únicas posibilidades y, por sobre todo, que para que la dinámica económica exista, el consumo cíclico y en espiral ascendente son la regla y parámetro a seguir, así como también la obligatoriedad de sostener ejércitos, policías y cárceles para que el orden establecido se mantenga y se obedezcan doctrinas y modelos inamovibles e irrefutables.

El sistema monetario, a su vez, en pos de perpetuarse, retiene la producción de tecnologías que podrían ser beneficiosas para la humanidad al ser estas demasiado costosas en términos monetarios, o simplemente al estar orientadas principalmente al lucro y no al bienestar y servicio humano, generando muchos problemas como ineficacia, insostenibilidad, clasismo, elitismo, violencia, crimen, guerra, corrupción, escasez artificial, contaminación, pobreza, entre otros; que podrían ser evitados si simplemente todos tuvieran acceso a las necesidades básicas y la posibilidad de realizarse como individuos.

En resumen, una EBR se perfila como una solución fuera del marco de referencia presente, la cual a su vez es emergente y plantea el uso de la tecnología, la ciencia, el sentido común y la empatía con el fin de generar un entorno para la raza humana, así como para las otras formas de vida del planeta, que sea sostenible y óptimo.

viernes, 22 de febrero de 2013

El individuo y la sociedad


El individuo y la sociedad
de Giancarlo Melini
"Separa a un individuo de la sociedad y dale una isla, un país, un continente completo para que posea él solo, y jamás podrá adquirir propiedad personal, jamás podrá ser rico." - Thomas Paine

En la actualidad existen diversas vertientes filosóficas, sociales y económicas cuyo argumento medular es situar los "derechos individuales" en un pedestal de hierro, inamovible, intocable, indestructible e inmutable. Todo aquel que tenga la audacia de cuestionar la categórica hegemonía de los derechos individuales es objeto de calificativos -peyorativos según sus partidarios- como "colectivista", "comunista" o "socialista". Cualquier intento, por más mínimo que sea, de introducir el concepto de los derechos sociales/colectivos o la justicia social es rápidamente tachado de revolucionario, radical o peor aún, terrorista -según algunos fanáticos neoliberales-. 

Para esos sujetos, los derechos individuales parecen no tener límite -salvo los derechos individuales de otros, afirman- ya que su protección es palabra santa y su crítica es blasfemia, condenable de aberración. Cualquier intento de implementar medidas socialmente justas que permitan una pacífica convivencia entre los humanos -seres sociales- se considera un atropello a la libertad personal, escupitajo al individualismo. Esta intransigente postura es muy común en nuestros días, especialmente en partidarios con ideologías de extrema derecha -clásicos liberales, neoliberales, objetivistas, republicanos, libertarios de derecha, etc.- y ha llegado a convertirse en el cimiento del discurso de los autoproclamados paladines de la libertad. 

Nuestro zeitgeist está totalmente dominado por el individualismo, el egoísmo y la competencia. Muchos no se detienen a analizar que en esencia los humanos somos seres comunales, necesitamos de los unos a los otros, y es precisamente esa interrogante la que lleva a plantear la pregunta siguiente:

¿Es más importante el individuo para la sociedad, o la sociedad para el individuo?

"El hombre es un producto social y la sociedad debe impedir que se pierda para ella." - José de Unamono

Pareciera que la pregunta misma conlleva automáticamente un conflicto entre el individuo y la sociedad, y en cierta forma así es para los apologistas de ideologías individualistas -que comúnmente buscan equiparar a la sociedad con el Estado- quienes pelean con uñas y dientes el derecho a ser un egoísta "racional", tratando siempre de retratar al particular como un pobre ser oprimido por una masa amorfa, tiránica, dictatorial, injusta y transgresora... la sociedad, representada por el gobierno. 

No hay razón alguna para “dicotomizar” o polarizar al individuo y a la sociedad. Al contrario, ambos son un complemento, se necesitan mutuamente, se basan en la coexistencia para funcionar, son simbióticos. De esa cuenta, lo que verdaderamente hay que determinar es cuál de los dos es más importante para el otro, cuál es más influyente, cuál es el que le da forma y define la acción humana. Desde ya hago saber que la sociedad es -categóricamente- el elemento más importante en esta relación simbiótica, y elaboraré mi punto detalladamente.

El individuo, según corrientes psicológicas modernas, desde su nacimiento -y tal vez desde su concepción- es producto de su entorno, es un ser biológicamente social, moldeado por su exterior, a imagen y semejanza de las circunstancias que le afectan. El ser humano necesita material y psicológicamente de los demás para sobrevivir, ello implica su innegable dependencia de lo social. El humano es el animal que más cuidado necesita antes de poder valerse por sí mismo, y al final sólo lo hace parcialmente ya que nunca llega a ser totalmente independiente -ni los ermitaños, que llevan consigo el conocimiento, objetos y habilidades que adquirieron y aprendieron viviendo en sociedad-. El hombre jamás logrará su total independencia, autosuficiencia o individualidad. Otros animales, como las serpientes, son capaces de cazar y morder desde el momento en que rompen el huevo en el que nacen, caso totalmente contrario al de la especie del homo sapiens.

En virtud de lo anterior, es válido afirmar que el ser humano, como producto del entorno, no es bueno ni malo por naturaleza, ya que su actuar está condicionado a lo que sabe, a lo que aprende, a lo que la sociedad le plantea, le propone, le muestra y demuestra. A lo que sus condiciones materiales le permiten hacer. Incluso la noción del "libre albedrío", según la neurociencia, está limitada, tal y como se ha comprobado con diversos estudios de especialistas en dicho campo, como los doctores Gabor Mate, James Gilligan y Robert Sapolsky. Se decide cómo actuar, pero no se decide las circunstancias que motivan a actúar. Por ejemplo: le gusta el chocolate, y lo decide conscientemente, pero no decide las impresiones o sensaciones que hacen que le guste. Como dijo Arthur Schopenhauer: “Una persona puede hacer lo que desea, pero no puede decidir qué es lo que desea.”

“Un exacerbado individualismo es el caldo de cultivo en el que el sentimiento de poder es engendrado y alimentado; por este motivo, es egocéntrico, en el sentido de que se afirma a sí mismo de forma arrogante y a menudo violenta cuando poniéndose en acción trata de sojuzgar a los otros.” - Teitaro Suzuki

La tesis anterior choca directamente con los fundamentos ideológicos individualistas, que representan al hombre como un Atlas, un ser heroico totalmente libre de elegir, siendo el único responsable de todas sus acciones y que él y sólo él tiene el control de su destino. Los factores exteriores son secundarios, el hombre con su "acción humana" decide transformar el entorno a su favor; lo cual no deja de ser parcialmente cierto. Y es ahí donde se entra en una discusión ontológica entre materialismo e idealismo. El hombre puede decidir cambiar su entorno, pero esa decisión esta pre-condicionada por todos los factores externos que lo llevaron a tomar dicha decisión, y son los mismos factores externos los que finalmente determinarán si la decisión se materializará. Un ejemplo claro podría ser el siguiente: Un pobre puede decidir salir de la pobreza, y para hacerlo decide educarse y trabajar arduamente. Obviamente para educarse tiene que haber escuelas, libros, computadoras, etc. y para trabajar arduamente tiene que tener en principio energía -proporcionada por el alimento-, y, en segunda instancias, acceso a medios de producción, ya sea como empleado o como empresario. El pobre no solo decide educarse, tiene que haber la infraestructura y condiciones necesarias para que él pueda cumplir su cometido. Tampoco sólo decide trabajar, tiene que haber alguien que demande sus servicios como empleado, o un cliente que demande los bienes o servicios que produce; alguien que considere sus habilidades económicamente relevantes. 

Aún siendo egoísta-individualista, el humano es colectivista, social y cooperativo, ya que al emprender proyectos personales, siempre necesitará ayuda de otros para materializarlos, ¿Acaso Rockefeller excavaba los pozos petroleros con sus propias manos? ¿Vanderbilt construyó con el sudor de su frente las líneas del ferrocarril? ¿Carnegie fundía personalmente el acero, lo moldeaba y después manejaba personalmente los trenes para entregar los pedidos? ¿Frank Gehry diseñó, fabricó y construyó el  museo Guggenheim  literalmente solo?

Es cierto que aún siendo un ser social, el hombre tiene dos facetas: la colectivista y la individualista, pero la ideología del individualismo fundamentalista trata de suprimir -sin éxito- la primera, y eso es lo que causa la disfuncionalidad de la sociedad. La estructura social obliga a competir, a ver al prójimo como un adversario al que hay que vencer -minimizar- para alcanzar el "éxito", y así “ganarnos la vida”, ganarnos nuestro derecho a existir. 

Esta sociedad disfuncional recompensa al “fuerte” con la oportunidad de alimentar a sus perros mejor de lo que el “débil” alimenta a sus hijos, e insta a no tener ningún tipo de remordimiento por ello. Es cierto también que el hombre en masa se comporta de maneras atroces; pierde las limitantes y responsabilidades que como individuo tiene y se deja llevar por el comportamiento de rebaño. Psicólogos como Gustave Le Bon, Signund Freud y Edward Bernays han elaborado extensamente ese tema. Pero aún el hombre masa es producto del entorno. La cultura determina el comportamiento del individuo y de la colectividad, nadie se salva de ella. El humano es víctima de la cultura, en lo personal y en lo grupal. 

Otro argumento de los individualistas es que la mayoría de las aberraciones son cometidas por el colectivo –siempre haciendo alusión directa al Estado-, mientras que la bondad es producto del individuo. ¿Pero en dónde aprende la bondad el individuo? ¿En dónde aprende lo que es bondadoso y lo que es malicioso? ¿En dónde aprende la moral? De su entorno, entre él, de los parámetros sociales. Algunos individualistas dogmáticos se afanan de que las grandes invenciones científicas y tecnológicas provienen del ingenio de individuos, y las tragedias globales como guerras y hambrunas son atribuibles a entidades colectivistas como el Estado. Pero no se detienen a pensar que tanto el individuo, como el Estado, son producto de una cultura colectiva. Si los lineamientos culturales son “malos”, habrá “malos” individuos y "malos" Estados. Si la escala de valores socialmente aceptados es insostenible, tanto el individuo como el colectivo operarán en base a ella, y consecuentemente el orden social será inoperante y “malo”. Es entonces donde se hace útil la propuesta de Jacque Fresco  con respecto al rediseño de la cultura: formar una civilización en base a valores sostenibles como la solidaridad, no caridad. Humanismo, no teísmo. Cooperación, no competencia. Bienestar, no lucro. Educación relevante, no disciplina para servir como herramienta industrial/comercial, como un engrane más en la máquina. Abundancia, no escasez (en el sentido material). Ase hace alusión a la escasez porque, como se ha desarrollado en otras entradas, es un elemento funcional del sistema socio-económico actual. Por último pero no menos importante: pensamiento crítico, no dogmatismo.

“Un individuo todavía no ha empezado a vivir hasta que pueda levantarse más allá de los estrechos confines de sus intereses individualistas hacia intereses más amplios que envuelvan a toda la humanidad.” - Martin Luther King Jr.

Anarquistas -anarcocomunistas o anarcosindicalistas- como Bakunin y Kropotkin, consideraron a la sociedad como la base de la existencia de todo ser humano, ya que ésta lo precedía y además guardaba todo el conocimiento que posteriormente forjaría la personalidad del individuo, lo proveería de herramientas fundamentales como el idioma y el pensamiento crítico, volviéndolo de esa forma en un ser creativo e innovador; que se apoya del saber social y de las herramientas colectivas para producir conocimiento que después puede ser aprovechado, interpretado, modificado o mejorado por otros individuos -o grupos, o Estados-. Incluso el expositor con matices derechistas Matt Ridley, reconoce que el conocimiento está disperso y plantea la teoría del “Cerebro Colectivo”, estableciendo que el saber -conocimiento, cultura- se transmite de ser humano en ser humano, de generación en generación, de tal cuenta que todos al mismo tiempo pueden llegar a ser -y son, en mayor y menor medida- parte del saber colectivo. Carl Sagan dijo una vez que la quema de la Biblioteca de Alejandría fue como un daño cerebral auto-infringido por la humanidad a su  propio cerebro colectivo.

Se infiere que el individuo sin la sociedad no es nada. Pero de igual forma, es válido alegar que una sociedad sin individuos, no es sociedad. Lo cual es cierto -por eso la relación simbiótica entre individuo y sociedad-, pero es válido afirmar también que son muy pocos los individuos que tienen un impacto sustancial en la sociedad, en cambio la sociedad tiene un impacto definitivo en todos los individuos, a menos que se hayan criado solos y  bajo de una roca. 

Ojalá la sociedad estuviera infestada de individuos como Einstein, Sagan, Tesla, Galileo, Copérnico, Fuller, Da Vinci, Fresco, Newton, Leibniz, Aristóteles, Sócrates, etc. Pero no es así. Sin embargo, estos genios llegaron a ser lo que fueron por la influencia de otros genios que adquirieron y emanaron conocimiento antes que ellos. “Si puedo ver más allá es porque me sostengo en los hombros de gigantes.”. Frase que se le atribuye originalmente a Bernard de Chartres, y que fue repetida por Newton, Einstein y Fresco. Significa que lograron hacer lo que hicieron porque tuvieron a su alcance el conocimiento y las ideas que sus predecesores produjeron. Derivaron su conocimiento y sus aportes de información preexistente, como lo hace todo ser humano. 

La sociedad está presente en cada individuo y eso es innegable. El entorno social es un factor determinante, decisivo en el actuar del individuo, y quien lo niegue tendría que comprobar la existencia de alguien nunca se ha valido de nada ni nadie exterior a sí mismo(a) para forjar su criterio -lo cual es imposible-. ¿Acaso nunca ha leído un libro, visto un documental, escuchado una conferencia, oído una canción, estado en una clase o escuchado una noticia? ¿Inventó su propio idioma, sus propias reglas sociales y sus propias leyes naturales?

Hace meses, por las redes sociales circuló una historia -si es cierta o no, es irrelevante- sobre un antropólogo que viajó África para conducir un experimento. Colocó en la base de un árbol una canasta de frutas y le dijo a un grupo de niños que corrieran hacia ella. El primero en llegar, la recibiría como premio. Cuando el antropólogo dio la orden de salida, todos los niños se tomaron de las manos y caminaron juntos hacia el árbol. Al llegar se repartieron el botín y disfrutaron todos de las frutas. Cuando el sorprendido antropólogo les preguntó que por qué habían hecho eso, los niños le contestaron todos al unísono “Ubuntu: Yo soy porque nosotros somos ¿Cómo uno de nosotros podría ser feliz si todos los demás están tristes”. Es cierto que este relato es bastante romántico, pero si de alguna forma se lograra adaptar a la realidad el ideal de Ubuntu, se alcanzaría una civilización mucho más propensa al bienestar y a la salud mental de todos los involucrados, e incluso no involucrados.

En conclusión es claro y contundente: la sociedad y la cultura son factores que están por encima de las decisiones personales de cada individuo -por más tiránico que esto se oiga-. Si queremos que los individuos sean “buenos”, creativos, solidarios y felices, se debe promover una cultura y un modelo social que facilite eso, no que lo limite, lo castigue o que lo suprima. 

El jurista italiano Sergio Cotta dijo una vez que: “…El individuo, en cuanto imperfecto, tiene constitutivamente la necesidad de los demás para ser él mismo: es, por naturaleza, ‘yo-con-el-otro’. Una coexistencia que no es ocasional y soslayable, sino la expresión de una condición ontológica, natural. Si el individuo quiere alcanzar una conciencia de sí mismo, no puede dejar de adquirir conciencia de su propia capacidad de relación… Nadie puede vivir sin abrirse, sin cooperación mutua, y si cada uno es libre de comportarse como le parezca, la vida está en constante peligro, se vuelve insegura, y el perfeccionamiento integral de uno mismo se hace precario cuando no imposible, puesto que estaríamos a expensas de la mera fuerza, según la ley, precisamente, de la selva.”

“Al final, qué es un océano sino una multitud de gotas” – David Mitchell, Cloud Atlas.

martes, 19 de febrero de 2013

La Abolición del Trabajo (II)






La Abolición del Trabajo (II)
de Bob Black
La Abolición del Trabajo y otros ensayos (1985)
Traducción al español: Giancarlo Melini


Así es el “trabajo”. Jugar es lo opuesto. Jugar es siempre voluntario. Lo que de otra forma sería juego se vuelve trabajo si es forzado. Es axiomático. Bernie de Koven ha definido el juego como la “suspensión de las consecuencias”. Esto es inaceptable si eso implica que jugar no tiene consecuencias. No es que el juego no tenga consecuencias. Eso sería rebajar al juego. El asunto es que las consecuencias, si las hay, son gratuitas. El jugar y el dar están estrechamente relacionados, son facetas conductuales y transaccionales del mismo impulso, -el instinto de jugar-. Ambos comparten un desdén aristocrático de resultados. El jugador obtiene algo del juego, es por eso que juega. Pero la recompensa esencial es la experiencia que se tiene de la actividad misma (sea lo que sea). Otros estudiosos del juego, como Johan Huzinga (Homo Ludens) definen el juego como “seguir reglas”. Yo respeto la calidad de erudito de Huzinga pero enfáticamente rechazo sus aserciones. Hay muchos juegos buenos (ajedrez, baseball, Monopoly, Bridge) que están gobernados por reglas pero hay mucho más que jugar que sólo “seguir reglas”. Conversar, el sexo, el baile, viajar –estas prácticas no están gobernadas por reglas pero son ciertamente juego-. Y las reglas pueden ser jugadas –modificadas- tan fácil como cualquier otra cosa.


El trabajo se burla de la libertad. El lema oficial es que todos tenemos derechos y que vivimos en una democracia. Otros desafortunados que no son libres como nosotros viven en estados policías. Estas víctimas obedecen órdenes ¡o sí no!, sin importar cuán arbitrarias sean. Las autoridades los mantienen bajo constante vigilancia.  Los burócratas estatales controlan hasta los detalles más pequeños de la vida cotidiana.  Los oficiales que los oprimen son cuestionables únicamente por sus superiores, públicos o privados. De cualquier manera, la desobediencia es castigada. Los informantes se reportan regularmente con las autoridades. Todo esto se supone que es algo malo.

Y lo es, pero no es nada más que una descripción del lugar de trabajo moderno. Los liberales, conservadores y libertarios que lamentan el totalitarismo son unos falsos e hipócritas. Hay más libertad en cualquier dictadura moderadamente Estalinista que en cualquier lugar de trabajo Americano. Se encuentra la misma clase de jerarquía y disciplina en una oficina o fábrica que en una prisión o monasterio. De hecho, como Focault y otros han mostrado, las prisiones y las fábricas se crearon aproximadamente al mismo tiempo, y sus operarios conscientemente se prestaban unos a otros las técnicas de control. Un trabajador es un esclavo de tiempo parcial. El trabajo le dice cuando presentarse, cuando se puede ir, y qué tiene que hacer durante ese tiempo. Él dice cuanto trabajo hay que hacer y que tan rápido. Está libre para usar su control al límite de la humillación, regulando, si así le place, la ropa que usa el trabajador o la frecuencia con la que se va al baño. Con unas pocas excepciones puede despedir por cualquier razón, o sin razón alguna. Espía a los trabajadores con informantes y supervisores; amasa un enorme expediente de cada empleado. Responder es “insubordinación”,  como si el trabajador  fuera un niño travieso, y no solo hace que lo despidan, sino que también descalifica para pedir compensación de despido. Sin necesariamente aprobarlo para ellos tampoco, reciben exactamente el mismo trato que reciben los niños en sus casas y en sus escuelas, justificado en éste último caso en la supuesta inmadurez. ¿Qué dice esto acerca de los padres y maestros que trabajan? 

El denigrante sistema de dominación que he descrito rige sobre la mitad de horas de actividad de la mayoría de mujeres  y la vasta mayoría de hombres por décadas, la mayoría de sus vidas. Para ciertos propósitos no es muy engañoso llamar a nuestro sistema democracia o capitalismo o -mejor aún- industrialismo, pero su verdadero nombre fascismo de fábrica u oligarquía de oficina. Cualquiera que diga que la gente es "libre" está mintiendo o es estúpido. Eres lo que haces. Si tú haces trabajo aburrido, estúpido y monótono, es probable que termines siendo aburrido, estúpido y monótono. El trabajo es una mejor explicación para la tétrica cretinización a nuestro alrededor que incluso esos significativos mecanismos de idiotización como la televisión o la educación. Las personas que son regimentadas todas sus vidas enviadas a trabajar después de la escuela y frenada por la familia desde el principio y la crianza de su hogar al final, están habituadas a la jerarquía y fisiológicamente esclavizadas. Su aptitud para la autonomía está tan atrofiada que su miedo a la libertad está dentro de sus pocas fobias racionales. Su entrenamiento para la obediencia en el trabajo se transfiere a las familias que comienzan, de esa forma reproduciendo el sistema en más de una forma, y en la política, cultura y todo lo demás. Una vez drenas la vitalidad de la gente en el trabajo, ellos seguramente se someterán a la jerarquía. Están acostumbrados a hacerlo.

Estamos tan cerca al mundo del trabajo que no podemos ver lo que nos hace. Tenemos que confiar en observadores externos de otros tiempos u otras culturas para apreciar el extremismo y la patología de nuestra actual posición. Había un tiempo en nuestro propio pasado cuando la "ética del trabajo" hubiera sido incomprensible, y tal vez Weber estaba metido en algo cuando trató de amarrar su aparición con una religión, el Calvinismo, el cual si hubiera surgido hoy y no cuatro siglos atrás hubiera sido inmediata y apropiadamente etiquetado como un culto. Pero así es el asunto, nosotros solo tenemos que dibujar sobre la sabiduría de la antigüedad para poner el trabajo en perspectiva. Los ancestros vieron el trabajo por lo que es, y su visión prevaleció, a pesar de los maniáticos calvinistas, hasta que fue derrocado por el industrialismo, pero no sin antes recibir el visto bueno de sus profetas.

Vamos a pretender por un momento que el trabajo no convierte a la gente en un sumiso embrutecido. Vamos a pretender, en desafío a cualquier psicología coherente y la ideología de sus promotores, que no tiene efecto en la formación del carácter. Y vamos a pretender que el trabajo no es aburrido y extenuante y humillante como todos sabemos que realmente es. Incluso así, el trabajo seguiría burlándose de cualquier aspiración humanística y democrática, sólo porque usurpa mucho de nuestro tiempo. Sócrates dijo que los trabajadores manuales eran malos amigos y malos ciudadanos porque no tienen tiempo de cumplir con las responsabilidades de la amistad y de la ciudadanía. Él estaba en lo correcto. Porque el trabajo, sin importar lo que hagamos seguimos viendo nuestros relojes. Lo único libre del así llamado "tiempo libre" es que no le cuesta nada al jefe. El tiempo libre es mayormente dedicado a prepararse para ir a trabajar, ir a trabajar, regresar de trabajar y recuperarse de trabajar. El tiempo libre es un eufemismo para la peculiar manera en que el trabajador como factor de producción no sólo cubre sus propios gastos de transporte de ida y vuelta al lugar de trabajo sino que asume la prioritaria responsabilidad de mantenerse y repararse a sí mismo. El carbón y el acero no hacen eso. Los cueros y las máquinas de escribir no hacen eso. Pero los trabajadores sí. No hay duda de por qué Edward G. Robinson en una de sus películas de pandilleros exclamó: "El trabajo es para los exprimidos."

Ambos Platón y Jenofonte atribuyen a Sócrates y obviamente comparten con él la conciencia de los destructivos efectos del trabajo sobre el trabajador como ciudadano y como ser humano. Herodoto identificó el desprecio al trabajo como un atributo de los griegos clásicos en la cúspide de su cultura. Para tomar solamente un ejemplo romano, Cicerón dijo que "cualquiera que dé su trabajo por dinero se vende a sí mismo y se pone a sí mismo al nivel de los esclavos."  Su franqueza es muy rara en la actualidad, pero las sociedades primitivas contemporáneas que solemos mirar con desdén han proporcionado voceros que han iluminado a los antropólogos occidentales. Los Kapaku de Irán del Oeste, según Poposil, tienen una concepción de balance en la vida y de conformidad solo trabajaban un día sí un día no, el día de descanso estaba apartado para "recargar el poder y la salud perdidas." Nuestros ancestros, aún tan reciente como en el siglo dieciocho cuando todavía estaban tan lejos del camino de nuestro actual predicamento, por lo menos estaban consientes de lo que nosotros hemos olvidado, el lado oscuro de la industrialización. Su religiosa devoción a "San Lunes" -entonces estableciendo de facto la semana de 5 días entre 150 y 200 años antes de su consagración jurídica- era la desesperanza más grande de los antiguos dueños de las fábricas. Ellos se tomaron un largo tiempo para subyugarse a la tiranía de la campana, predecesora del reloj. De hecho fue necesario que una generación o dos reemplazaran a los hombres adultos con mujeres acostumbradas a la obediencia y niños que pudieran ser moldeados para ajustarse a las necesidades de la industria. Incluso los explotados campesinos del antiguo régimen se tomaron un tiempo sustancial desde la época del trabajo a su señor feudal. Según Lafargue, un cuarto del calendario de  los campesinos franceses estaba dedicado a los domingos y a los días santos, y las cifras de Chayonov sobre las aldeas de la Rusia Zarista -apenas una sociedad progresista- igualmente muestran un cuarto o quinto del calendario de los campesinos destinado al reposo. En control la productividad estamos muy por detrás de estas ancestrales sociedades. Los explotados mujics se preguntarían por qué nosotros seguimos trabajando. Nosotros también deberíamos.

Para comprender la completa enormidad de de nuestro deterioro, es necesario sin embargo considerar la más temprana condición humana, sin gobierno ni propiedad, cuando deambulábamos como cazadores-recolectores. Hobbes argumentó que la vida en ese entonces era sucia, brutal y corta. Otros asumieron que la vida era una desesperada e incesante lucha por sobrevivir, una guerra librada en contra de la dura naturaleza con la muerte y el desastre esperando al infortunado o cualquiera no fuera lo suficientemente fuerte para enfrentar el reto de la lucha por la existencia. En realidad, esa no era más que una proyección de miedo al colapso de la autoridad del gobierno ante comunidades que no se ajustaban a acatarlo, como la Inglaterra de Hobbes durante la Guerra Civil. Los compatriotas de Hobbes ya habían encontrado formas alternativas de organizar a la sociedad que ilustraban otros modos de vida -en Norteamérica particularmente- pero estos ya se alejaban demasiado de la experiencia como para ser comprensibles.  (Los órdenes más bajos, más cercanos a la condición de los Indios, lo entendían mejor y usualmente lo encontraban atractivo. Durante el siglo diecisiete, colonos ingleses que desertaban para irse con tribus indias, o los capturados por la guerra, se rehusaban a regresar. Pero los indios desertaban tanto a las colonias blancas como los alemanes saltaban el Muro de Berlín desde el oeste).  La versión de “la supervivencia del más fuerte” -la versión de Thomas Huxley- del Darwinismo era una mejor la mejor forma de describir las condiciones económicas de la Inglaterra Victoriana de lo que era la selección natural, tal y como el anarquista Kropotkin mostró en su libro “El Apoyo Mutuo, un factor de la evolución”. (Kropotkin era un científico -un geógrafo-  que había tenido una amplia e involuntaria oportunidad de trabajo de campo mientras estuvo exiliado en Siberia: él sabía lo que estaba hablando). Como la gran mayoría de de teoría político-social, la historia que Hobbes y sus sucesores contaron era en realidad una autobiografía no reconocida.

Continuará.

martes, 12 de febrero de 2013

La Abolición del Trabajo (I)

La Abolición del Trabajo (I)
de Bob Black
La Abolición del Trabajo y otros ensayos (1985)
Traducción al español: Giancarlo Melini 

"Arbeit macht frei" - El trabajo lo hace a uno libre. Lema de los campos de concentración de la Alemania Nazi.


Nadie debería trabajar nunca.

El trabajo es la fuente de casi toda la miseria en el mundo. Casi cualquier mal que a usted se le ocurra nombrar deviene del trabajo o de un mundo diseñado para trabajar. Para dejar de sufrir, debemos dejar de trabajar.

Eso no significa que debemos dejar de hacer cosas. Significa crear una nueva forma de vida basada en el juego, en otras palabras, una revolución lúdica. Por juego, también me refiero a festividad, creatividad, convivencia, comensalidad, y tal vez incluso arte. Hay mucho más que jugar que juegos de niños, aún cuando estos sean valiosos. Pido una aventura colectiva de alegría generalizada y exuberancia libremente interdependiente. Jugar no es pasivo. Sin duda todos necesitamos más tiempo para el ocio puro que del que actualmente gozamos, sin importar nuestros ingresos o nuestra ocupación, pero ya recuperados del cansancio inducido por el trabajo casi todos nosotros queremos o vamos a querer actuar. El Oblomovismo y el Stackhanovismo son dos lados de la misma degradada moneda.

La vida lúdica es completamente incompatible con la realidad existente. Todavía peor es nuestra "realidad", un hoyo gravitacional que drena la poca vida que tenemos que a penas se distingue de la mera supervivencia. Curiosamente -tal vez no- todas las ideologías antiguas son conservadoras porque creen en el trabajo. Algunas de ellas, como el Marxismo y algunas ramas del Anarquismo, creen en el trabajo ferozmente porque creen en muy pocas otras cosas.  

Los liberales dicen que deberíamos eliminar la discriminación en el trabajo, yo digo que deberíamos eliminar el trabajo. Los conservadores apoyan las leyes del derecho a trabajar. Siguiendo al yerno de Karl Marx, Paul Lafargue, yo apoyo el derecho a ser holgazán. Los izquierdistas favorecen el trabajo completo. Como los surrealistas -excepto que yo no bromeo- yo favorezco el desempleo completo. Los trotskistas claman por la revolución permanente. Yo clamo por rebeldía permanente. Pero si todos los ideólogos (como así lo hacen) abogan por el trabajo -y no solo porque planean que otras personas hagan el suyo- son extrañamente renuentes a decirlo. Ellos continúan sin cesar el discurso sobre salarios, horas, condiciones de trabajo, explotación, productividad, lucratividad. Ellos hablarán gustosamente sobre cualquier cosa menos del trabajo mismo. Estos expertos que ofrecen pensar por nosotros raramente comparten sus conclusiones sobre el trabajo, a pesar de su importancia en la vida de todos nosotros. Entre ellos se reservan todos los detalles. Los sindicatos y los administradores están de acuerdo en que todos nosotros debemos vender el tiempo de nuestras vidas  a cambio de sobrevivir, aunque discuten sobre el precio. Los Marxistas piensan que debemos ser mandados por burócratas. Los libertarios piensan que debemos ser mandados por empresarios. A las feministas no les importa quién manda siempre y cuando el jefe sea una mujer. Claramente estos traficantes de ideologías tienen serias diferencias sobre cómo repartir los beneficios del poder. Así de claro, ninguno de ellos tiene objeciones al poder como tal y todos ellos quieren mantenernos trabajando.

Se estará preguntando si estoy bromeando o hablo en serio.  Ser lúdico no significa ser ridículo. El juego no tiene que ser frívolo, aunque la frivolidad no es trivialidad; frecuentemente nos tomamos la frivolidad seriamente. Me gustaría que la vida fuera un juego, pero un juego con apuestas altas. Quiero jugar para siempre.

La alternativa al trabajo no es sólo la desocupación. Ser lúdico no es ser estático. Aún cuando tanto aprecio el placer del ocio, nunca es tan gratificante como cuando se usa como escape de otros placeres y pasatiempos. Tampoco estoy promoviendo esa válvula de seguridad disciplinada y gerenciada llamada "tiempo libre"; lejos de eso. El ocio es no trabajar en aras de trabajar. El ocio es el tiempo usado en recuperarse del trabajo, y en el ajetreado pero desesperanzado intento de olvidarse del trabajo mucha gente regresa de vacaciones tan golpeada que ansían volver al trabajo para poder descansar. La diferencia principal entre el trabajo y el ocio es que en el trabajo al menos te pagan por la alienación y la enervación.

No estoy jugando juegos de definiciones con nadie. Cuando digo que quiero abolir el trabajo, me refiero exactamente a lo que digo, pero quiero decir a lo que me refiero al definir algunos términos en formas no idiosincráticas. Mi mínima definición de trabajo es trabajo forzado, eso es producción obligatoria. Ambos elementos son esenciales. El trabajo es producción forzada por medios económicos o políticos, con la zanahoria o el palo. (La zanahoria es el palo con otra cara). Pero no toda la creación es trabajo. El trabajo no se hace en aras del trabajo, se hace a cuenta del producto o resultado que el trabajador (o más frecuentemente alguien más) obtiene de él. Esto es lo que el trabajo necesariamente es. Definirlo es despreciarlo. Pero el trabajo es usualmente todavía peor de lo que su definición establece. La dinámica de dominación intrínseca en el trabajo tiende a elaborarse y perfeccionarse con el tiempo. En sociedades avanzadas de trabajo obligatorio, incluyendo todas las sociedades industrializadas ya sean capitalistas o "comunistas", el trabajo invariablemente adquiere otros atributos que acentúan su odiosidad.

Usualmente -y es todavía más verdadero en países "comunistas" que capitalistas, en donde el Estado es casi el único empleador y todos son empleados- el trabajo es empleo, trabajo por pago, lo que significa que venderse a sí mismo es un plan de entrega-.  Los estadounidenses que trabajan, lo hacen para alguien (o algo) más. En la Unión Soviética o Cuba o Yugoslavia o Nicaragua o cualquier otro modelo alternativo que sea aducido, la cifra correspondiente se aproxima al 100%. Solo el combatido tercer mundo bastión del campesinado -México, India, Brasil, Turquía- temporalmente albergan concentraciones significativas de agricultores que perpetúan el arreglo tradicional de la mayoría de trabajadores en los últimos milenios, el pago de impuestos (rescate) al Estado o a los parásitos terratenientes a cambio de no ser de otra forma, dejados solos. Incluso este crudo acuerdo está empezándose a ver bien. Todos los trabajadores de la industria (y de la oficina) son empleados sobre una especie de vigilancia que asegura su servitud. 

Pero el trabajo moderno tiene peores implicaciones. La gente no solamente trabaja, tienen “empleos”. Una persona hace una tarea productiva todo el tiempo en forma de “o sí no”. Aún cuando la tarea tiene un pequeño interés intrínseco (como la creciente mayoría de trabajos no tiene) la monotonía de su obligatoria exclusividad drena todo el potencial lúdico. Un “empleo” que utilice la energía de algunas personas, por un tiempo razonablemente limitado, sólo por la diversión de hacerlo, es solo una carga para todos aquellos que tienen que hacerlo por cuarenta horas a la semana sin tener opinión de cómo debe hacerse ese trabajo, para el provecho de los dueños que no contribuyen nada al proyecto, y no existe oportunidad de distribuir el trabajo entre los que en realidad tienen que hacerlo. Este es el verdadero mundo del trabajo: un mundo de idiotez burocrática, de acoso sexual y discriminación, de jefes cabezas huecas que utilizan a sus empleados de chivos expiatorios, y quienes -sin la utilización de un criterio racional o técnico- toman las decisiones. Pero el capitalismo en el mundo real subordina la racional maximización de la productividad y las ganancias a las exigencias del control organizacional.

La degradación que muchos trabajadores experimentan en su trabajo es la suma de indignidades clasificadas que pueden ser denominadas como “disciplina”. Focault volvió complejo este fenómeno pero es bastante simple. La disciplina consiste en la totalidad de controles totalitarios en el lugar de trabajo –vigilancia, trabajo rutinario, tiempos de trabajo impuestos, cuotas de producción, etc. Disciplina es lo que la fábrica, la oficina y la tienda tienen en común con la prisión, la escuela y los manicomios. Es algo históricamente nuevo y horrible. Va más allá de las capacidades de los dictadores demoníacos de antaño como Nerón y Gengis Khan e Iván el Terrible. Aún con todas sus malas intenciones ellos no tenían la maquinaria necesaria para controlar a sus subordinados de una forma tan dura como los déspotas modernos. Disciplina es la distintiva nueva forma de control, es una innovadora intrusión que debe ser erradicada en la más pronta oportunidad.

Continuará.