domingo, 25 de agosto de 2013

El (des)incentivo de lucro

El (des)incentivo de lucro
de Giancarlo Melini

"Al ser humano se le escapa la vida persiguiendo la riqueza que, según él, le comprará tiempo libre después."

Alfie Kohn, educador estadounidense poco ortodoxo, indica en su libro “No contest: the case against competition”, cómo factores externos influyen en la motivación que tienen las personas para realizar diversas actividades, en especial su empleo. Critica duramente la popular noción de que el hombre es competitivo por naturaleza, y que la competencia lejos de ser un propulsor del progreso -según la teoría económica liberal, especialmente- se convierte en un disuasivo, disminuyendo el nivel de satisfacción que se obtiene al desempeñar distintas acciones. El tema principal de la obra de Kohn es cómo los beneficios de la cooperación superan abismalmente a los de la competencia. Pero ese no es el tema central que se pretende desarrollar aquí.

Juntamente con el factor de la competencia, incide también el lucro. Las personas primordialmente realizan actividades porque les gusta, les producen satisfacción y desarrollan un inherente deseo de mejorar sus habilidades en los campos de su agrado. Cuando el dinero se vuelve parte de la ecuación, muchas veces la actividad per sé pasa a un segundo plano y la obtención de una recompensa económica se convierte en el objetivo central. Un artista que se niega a presentarse ante una audiencia que aprecia su trabajo porque no recibirá un pago a cambio, por ejemplo.

Kohn, en una lectura, plantea un ejemplo bastante gracioso y además muy ilustrativo de como el lucro puede volverse un desincentivo en el actuar humano:

Un antropólogo y profesor universitario tenía problemas con unos jóvenes que todos los días se situaban a la salida de su cátedra para insultarlo. Después de varias semanas tratando de disuadirlos -sin éxito- el profesor tuvo una idea. Otro día, como de costumbre, los jóvenes se encontraban perturbando el orden, así que en ese momento el profesor se les acercó y les dio un dólar a cada uno, diciéndoles que si regresaban al día siguiente les daría cincuenta centavos. Y así fue. Al tercer día les dijo que por favor regresaran, que les daría veinticinco centavos si lo hacían. Los jóvenes en efecto regresaron y recibieron su recompensa. Al cabo de un par de días más, el profesor les dijo que si seguían viniendo les pagaría cinco centavos a cada uno, a lo que los jóvenes contestaron que estaba loco, que por diez centavos no valía la pena regresar y que no los esperara al día siguiente. Los sujetos abusivos no volvieron jamás. Su idea fue un éxito. Utilizó el lucro para distorsionar los valores de los jóvenes. Compró, sobornó su motivación intrínseca: algo que ellos hacían por el simple hecho de querer hacerlo -perturbar el orden e insultar- pasó a un segundo plano cuando la promesa de una retribución económica entró en la ecuación. La progresiva disminución de su pago desmotivó la continuación de la actividad principal.

El incentivo de lucro es, según la teoría económica, el motor detrás de la actividad productiva del hombre. Es la especulación de obtener una ganancia monetaria la que genera la motivación necesaria para que las personas trabajen. Como una vez dijo el afamado -o infame- economista Milton Friedman: “No es por la caridad del panadero que tengo pan en mi mesa, sino gracias a su deseo de lucrar vendiéndome pan fresco”, parafraseando a Adam Smith, el padre de la economía moderna. Por supuesto que dentro del paradigma económico actual eso es cierto, pero si lo vemos desde un punto de vista más general, fuera del contexto económico y más desde una perspectiva holística: ¿es el lucro el verdadero incentivo para hacer todas las cosas?

Ludwig von Mises, otro sobresaliente economista y partidario de la Escuela Austriaca de Economía, al estudiar la acción humana o praxeología, indica que el ser humano siempre actúa en función especulativa de pasar de un estado de menor satisfacción a un estado de mayor satisfacción. Lo anterior se complementa con el concepto de ex ante y ex post introducido por el economista sueco Gunnar Myrdal en su trabajo sobre teoría monetaria. El hombre siempre está buscando pasar a un estado mejor, desde su apreciación subjetiva por supuesto. La cultura consumista moderna nos ha bombardeado con la idea de que la acumulación de riqueza es el estado de mayor satisfacción al que todos podemos aspirar, y es por ello que el lucro es una piedra angular en el funcionamiento de la pseudoeconomía moderna. 

Como he hecho referencia en otras entradas, esta noción actual está siendo constante y exitosamente refutada por antropólogos modernos, como es el caso del jurista Daniel Pink en su obra “Drive: the surprising truth behind what motivates us”. La persecusión del dinero empieza a dejar de ser vista como un impulsor para convertirse en un detractor del progreso humano, desde el punto de vista de la motivación. Si inventores, científicos, y en general cualquiera que intervenga en el proceso de innovación de la humanidad, dejara de aportar en el momento en que no encuentre una retribución económica, la civilización como la conocemos colapsaría. Se necesitaría una urgente implementación de una nueva escala de valores.

Esto sería sumamente lamentable. Diversos estudios indican que el ser humano sólo necesita suficiente riqueza como para satisfacer sus necesidades, cualquier excedente no incide significativamente en la obtención de la felicidad. Como señala Pink, es necesario pagarle a las personas lo suficiente como para que no se preocupen por su estado financiero, pero no tanto como para que la retribución se convierta en el objetivo central de su actuar.

En conclusión: no es dinero lo que necesita el ser humano, sino tiempo para hacer las actividades que le gustan, tiempo para convivir con sus seres queridos, tiempo para ser feliz, como puntualmente señalo alguna vez el carismático presidente de la República Oriental del Uruguay, José 'Pepe' Mujica.

lunes, 19 de agosto de 2013

El (obsoleto) sistema de patentes

El (virtualmente obsoleto) sistema de patentes
de Giancarlo Melini


“Si pude ver más allá que otros hombres, es porque me subí a hombros de gigantes” - Isaac Newton, pero atribuida originalmente a Bernard de Chartres


El recurso más valioso que tiene toda sociedad es la sabiduría de sus habitantes, y la posibilidad de que ésta se traduzca en ingenio práctico susceptible de ser aprovechado para mejorar la calidad de vida de todos. Para que esa sabiduría sea aprovechada para producir abundancia material, es importante determinar cuál es la verdad detrás de la motivación creadora, y qué lleva al ser humano a inventar algo que eventualmente facilite su vida y la de los demás. 

Desde la primera revolución industrial, a finales del siglo XVIII en Inglaterra, se vislumbraba la idea de que el incentivo económico era el motor de la innovación. Esta noción se reafirmó un siglo después en la segunda revolución industrial, estructurando en los Estados Unidos de América el sistema de registro de patentes moderno, que es el que se utiliza en la actualidad en al mayoría de naciones desarrolladas y subdesarrolladas, con ciertas adaptaciones locales. 

Previo a desarrollar el tema, es pertinente definir la patente de invención. En primer lugar, una invención es toda creación humana que permita transformar la materia o la energía que existe en la naturaleza, para su aprovechamiento por el hombre y satisfacer sus necesidades concretas. Según legislación internacional vigente, son patentables las invenciones que sean nuevas (requisito de novedad), resultado de una actividad inventiva (nivel inventivo) y susceptible de aplicación industrial. También son patentables las invenciones que tienen aplicaciones personales. Además, se puede decir que es todo derecho reservado de la persona misma, si se le da acreditación a lo que ha creado, equivalente a derechos morales en Derecho de Autor.

Una invención difiere de una patente de invención. El término patente proviene del latín patens, que significa "estar abierto o al descubierto". Entonces, la patente es un conjunto de derechos exclusivos concedidos por el Estado al inventor de un nuevo producto, que se le da con la "condición" de que se divulgue el conocimiento y que después de un término pueda ser utilizado y aprovechado por toda la humanidad. Una característica esencial de la patentes es su susceptibilidad de ser explotada industrialmente por un período limitado, a cambio -obviamente- de la divulgación de la invención. 

Los derechos exclusivos otorgados por el Estado al creador tienen como objetivo primario garantizar una retribución económica, derivada del producto de su ingenio por así decirlo, para así fomentar la innovación. La temporalidad de estos derechos es necesaria para el progreso de la tecnología, ya que, una vez se recupera la inversión inicial, la población debe tener acceso sin restricciones a dicho conocimiento, y así producir conocimiento nuevo y derivado. Actualmente, según los acuerdos ADPIC, el tiempo de vigencia de una patente es de 20 años sin posibilidad de renovación. Transcurrido este plazo, la invención pasa a ser de dominio púbico y es propensa de aprovechamiento económico por todo aquel que tenga la capacidad de hacerlo, rompiendo así con el monopolio artificial y facilitando el acceso público al producto.

En esencia, una patente es una protección sobre una idea, una restricción sobre el conocimiento en pro del lucro. Es por ello que el titular de una patente es quien dispone cuándo, cómo, dónde y quién puede utilizar el conocimiento que protegió artificialmente con el amparo de la legislación. Salvo casos excepcionales, como las licencias compulsorias, la patente es un monopolio privado y cuasi absoluto sobre el conocimiento, sobre la información, sobre las ideas. 

Pero, ¿qué hace virtualmente obsoleto este intrincado sistema de derechos artificiales? Los apologistas del sistema de patentes moderno sostienen que éste trae múltiples ventajas, y se fundamentan en el omnipresente incentivo de lucro. La patente motiva la creatividad del creador, ya que -en teoría- se tiene la seguridad de que su actividad inventiva generará lucro durante todo el tiempo que esté protegida -20 años. Al ser el único que podrá explotarla económicamente, se obtiene una mayor posibilidad de rentabilidad, recuperando así la inversión inicial, y creando capital para procurar próximas innovaciones. Si la invención tiene éxito comercial y el propio productor no se puede dar abasto para suplir la demanda, la ley da la posibilidad de que éste pueda compartir su monopolio otorgando licencias voluntarias a otros fabricantes, a cambio de regalías. El ingreso económico sigue garantizado. Teniendo la tutela del Estado, el sistema de patentes castiga fuertemente a quien comercialice una invención sin el consentimiento del titular de la patente, lo cual convierte en delito el conceder un acceso alternativo -posiblemente más barato- al producto. Sin esta estricta protección -alegan- no existiría seguridad jurídica que garantice el retorno de la inversión de los inventores, y por lo tanto la actividad económica en general se vería mermada.

Los detractores del sistema de patentes argumentan que éste trae múltiples desventajas. En primer lugar, dificulta la libre difusión de las innovaciones, frenando el desarrollo tecnológico derivado. El conocimiento es universal y está difuso, por lo que no es conveniente restringir artificialmente su circulación. Todo ser humano ha tenido acceso a conocimiento creado por otros, y basándose en él crean conocimiento nuevo, por lo que el sistema de patentes -en ese paradigma- se vuelve un obstáculo para la innovación al limitar el uso del conocimiento ya existente. Se podría decir que es injusto que unos puedan aprovecharse del conocimiento de otros, pero después negar a otros que se aprovechen del propio. En segundo lugar, existe un argumento en pro de la autorregulación de los mercados, debido a que el otorgamiento de patentes como derechos exclusivos supone obstáculos monopolistas a la libre competencia, es una intervención directa y artificial del Estado en la economía, lo que ocasiona que el mercado funcione deficientemente. Otra desventaja, desde el punto de vista del fenómeno de la globalización, es el hecho de que las patentes dificultan el acceso a la tecnología y a la innovación a los países empobrecidos, es decir, a la población más vulnerable del planeta. La transferencia de tecnología es limitada ya que sin la existencia de sistemas de patentes firmes, los que tienen el conocimiento no tienen incentivo para compartirlo. Finalmente, afirman que ese monopolio artificial concedido por la autoridad pública desincentiva la futura investigación y mejora del producto, ya que al establecer un período de utilización exclusiva de una tecnología, no se tiene la amenaza de competir contra otros en el mercado, y se puede sacar un provecho abusivo de la necesidad que tiene el público sobre el producto, como es el caso de las medicinas.

Una vez identificadas las supuestas ventajas y desventajas del actual sistema de patentes, lo que es necesario aclarar es que estas protecciones artificiales únicamente son relevantes dentro del actual sistema socioeconómico, que se basa en el intercambio de dinero por bienes y servicios dentro del mercado. Este paradigma tiene como base la escasez. Son los bienes escasos los que deben asignarse según el intercambio voluntario. Derivado de lo anterior, se da un problema técnico: la tecnología, actualmente, permite un intercambio tan masivo de información que ésta se ha vuelto demasiado abundante, al punto de que cobrar por ella es extremadamente difícil, y por qué no, obsoleto. Esta es una tendencia que se está dando paulatinamente con los bienes materiales. Aun cuando la tecnología que permite la fácil reproducción de bienes físicos sólo está en sus inicios y técnicamente aún es difícil de lograr, diversos especialistas predicen que esta será la forma en que se manufacturará en el futuro, dejando atrás la era industrial.

Nuevas tecnologías como la nano-ciencia y la impresión 3D prometen transformar completamente la forma en que los humanos actualmente producen, administran y distribuyen sus recursos. Ya es posible imprimir una enorme cantidad de bienes en impresión 3D, y la mayoría de los diseños son gratuitos y Open Source o código abierto, por lo que el acceso a los mismos es fácil. Un japonés puede diseñar una llave de cangrejo y subir sus planos a internet, en donde un italiano los puede bajar, mejorarlos y enviárselos a un guatemalteco, quien puede imprimir dicha herramienta en cuestión de horas -o minutos. Un proceso que antes requería de una enorme cantidad de recursos y de logística -fábricas, trabajadores, transporte, administración de empresas, estados financieros, horas hombre de trabajo, etc.- eventualmente sería obsoleto. Diversos científicos ya están trabajando en la nano impresión 3D, que permitirá imprimir ropa, muebles, bicicletas, armas, adornos, repuestos de vehículos, objetos personales, y según algunos, incluso comida, edificios, medicinas y órganos humanos. ¿Qué función tendrá el sistema de patentes en tales condiciones? Solo una restrictiva por supuesto. 

Revolución de la impresión 3D

Esto abre la interrogante de cómo puede un Estado controlar tal flujo de información en internet. Las únicas formas de hacerlo sería monitoreando absolutamente todo lo que los usuarios hacen en internet, o en el peor de los casos, restringir totalmente el acceso al mismo. Eso definitivamente ya no es factible. La verdad es que la única vía que tiene un gobierno para tutelar efectivamente los derechos de patentes en este paradigma de innovación tecnológica, es convirtiéndose en autoritario y represivo, y dejando la libertad de los habitantes en segundo plano. 

Asimismo, el intercambio de conocimiento no es igual que el intercambio de bienes materiales. Si alguien se apropia de un bien ajeno, el dueño original deja de tener acceso al mismo. Por otro lado, si alguien utiliza el conocimiento o idea producida por alguien más, no le está quitando el acceso, ya que el dueño original todavía puede usarlo. Ambas personas son poseedoras del conocimiento, caso contrario a lo que sucede con un bien físico. Un ejemplo puede ser el siguiente: si se intercambia una moneda por otra moneda, ambos tienen una sola moneda; pero si se intercambia una idea por otra idea, ambos tienen dos ideas. El conocimiento puede reproducirse hasta la infinidad, y el mayor acceso de unos no significa restricción para otros. 

Copiar no es lo mismo que robar

Posiblemente el incentivo de lucro tendrá que dejar de ser la base de la innovación, ya que en una época en la que compartir información y bienes materiales se puede hacer fácil y abundantemente, las restricciones económicas y legales a este intercambio pueden resultar en un fuerte obstáculo para que se siga produciendo conocimiento e innovación. En la actualidad, se produce una enorme cantidad de material independiente, que no está protegido bajo el tradicional sistema de patentes, y contrario a la creencia preestablecida, la gente no ha dejado de innovar o de ser creativa, al contrario, se produce más ahora que nunca. La gente produce porque quiere, porque le gusta, porque le da placer, porque quiere ayudar a los demás, no porque quiere una retribución económica. Diversos estudios psicológicos han determinado que el espíritu innovador del ser humano no deriva de su deseo de lucrar, sino de la curiosidad, de su hambre de entender lo que aún no conoce y de crear cosas nuevas. Ese deberá ser el incentivo de la innovación en el futuro, ya que la tecnología hará que cada vez sea más difícil lucrar de las invenciones por su extremadamente fácil reproducción. 

La verdad detrás de lo que realmente nos motiva

Es indispensable que la humanidad reajuste su escala de valores para que estén acorde con los adelantos de la ciencia moderna. El incentivo de lucro, motor de la innovación en la revolución industrial, será cuestión del pasado y la estimulación de todo ser humano para innovar será enriquecerse con conocimiento y facilitar la vida de los demás, bajo el entendido de que otras personas buscarán lo mismo. La cooperación, en lugar de la competencia, continuará facilitando el intercambio masivo de información y de bienes, cada vez a un costo menor -eventualmente gratis- y aumentando el acceso al público. Lo anterior se traducirá en bienestar, abundancia y felicidad para todos.

Recomendación: Mini documental "Everything is a Remix".