miércoles, 16 de octubre de 2013

Desigualdad Sistémica

Desigualdad sistémica
de Giancarlo Melini

“La desigualdad es el origen de todos los movimientos locales.” – Leonardo Da Vinci.

Da Vinci acierta categóricamente al aseverar que la desigualdad, el trato no equitativo y/o la dispareja distribución de recursos son motivos de estallido social a lo largo del tiempo y del espacio, aunque no sólo a nivel local, sino regional o inclusive global. La población sólo puede soportar ser tratada injustamente por un tiempo limitado, despertando después sentimientos revolucionarios al estilo de las insurgencias francesa o bolchevique. La desigualdad simplemente no es una condición natural -al menos no la que es acentuada por una estructura organizacional creada por el hombre-, y está científicamente comprobado que incluso los animales y los bebés tienen un sentido de justicia; saben identificar cuando existe un trato injusto, cuando hay diferente recompensa por igual trabajo.

Para distribuir riqueza y fomentar la eficiencia económica, las sociedades modernas se basan en la desigualdad, como bien lo puntualiza el economista Arthur Melvin Okun en su paper Equality and Efficiency: the big tradeoff. Pero, ¿de qué sirve un sistema económico si su visión de progreso significa bienestar para pocos y malestar para muchos? ¿No debería un sistema económico administrar recursos en función de la felicidad de todos? Aparentemente no. Aun cuando estudios demuestran que la desigualdad económica es extremadamente dañina para el individuo y la colectividad, quienes no solo han aprendido a darla por sentado -patológicamente por supuesto-, sino a esperar que quienes se llevan la peor parte de ella se muestren agradecidos, “privilegiados”, “dichosos” porque se les da una mísera oportunidad de ser parte del sistema de producción. Así opera este sistema, este paradigma, y es realmente escalofriante. Bien dijo Jiddu Krishnamurti que no es medida de salud el estar bien ajustado a una sociedad profundamente enferma.

Distribución de la riqueza global

Coloquialmente es muy común escuchar a personas que ostentan poder económico, o que de alguna forma se encuentran en una posición de autoridad sobre otros en la esfera laboral, decir: estos ingratos, se les da trabajo y no agradecen. En las sociedades actuales se tiene la idea de que darle empleo a alguien, facilitarle acceso para que produzca lo que necesita, es un favor, un privilegio. No solo se está obligado a trabajar para ser un individuo "productivo", a comprar el derecho a existir, sino a vivir bajo el constante estrés de que el trabajo o las habilidades que se tienen no sean económicamente relevantes para el mercado, lo que automáticamente crea un sistema inestable y violento. Nadie se detiene a pensar que estructuralmente las sociedades -especialmente las subdesarrolladas- operan bajo el paradigma de la desigualdad estructural, en el que quienes poseen como único medio de producción su propio trabajo tienen que someterse “forcivoluntariamente” al mando de alguien más para obtener acceso a los recursos esenciales que le permitan sobrevivir -no vivir-. Eso es violencia estructural. Gandhi una vez dijo que la pobreza es la peor forma de violencia. De esa cuenta, no es casualidad que, salvo algunas excepciones, las sociedades más pobres también sean las más desiguales.

Hay muchos que no son conscientes de la situación extremadamente privilegiada en la que viven. No asimilan el porqué de la abundancia de pocos y la escasez de muchos; y en algunos casos hasta se tiene la audacia de intentar explicar esa dificultad de la humanidad con la fallida teoría del darwinismo social: “El mundo es de los más astutos; cada quién tiene lo que se merece de acuerdo a su actitud y aptitud”. Es una atrofia perceptiva el no tomar en cuenta la evidente diferencia de recursos con los que cada individuo comienza a competir en esta carrera que se llama vida. No es psicológicamente saludable el vivir en un sistema socioeconómico que recompensa a los “ganadores” con la capacidad de poder alimentar a sus perros mejor de los que los “perdedores” pueden alimentar a sus hijos.

Aquellas personas que están condenadas a servir también tienen aspiraciones, ilusiones, deseos, sentimientos, también son personas como quienes tienen mucho pero nada han pagado -con trabajo, con esfuerzo-. Ese mesero anónimo, ese guardián invisible, esa mucama cuyo trabajo es imperceptible, ese conserje al que nadie ve a los ojos, ese campesino arduamente trabajador cuya labor se da por sentado, son todos víctimas de un sistema basado en la ventaja diferencial, en el sacrificio de las mayorías para la comodidad de las minorías. Y lo más triste es que nadie siquiera lo nota, es algo que se da por hecho, así es la vida. Por el contrario, se espera que estos sirvientes estén agradecidos porque quienes se encuentran en una posición superior -tomando decisiones que en muchos casos los afectan a ellos- les dieron la “misericordiosa” oportunidad de ganarse unos centavos para malnutrirse a sí mismos y a sus familias. Situaciones que recuerdan al poema Los Nadie de Eduardo Galeano. 

El paradigma socioeconómico convierte a toda la población ya sea en servidos o en sirvientes, y se espera que los últimos se muestren agradecidos porque se les dio la “magnánima" oportunidad de dejarlo servir a otro -al darle empleo-. Esa disparidad económica inherente en el sistema no solo permite, sino que fomenta la posibilidad de poder exigir a una persona (sirviente) que exponga su integridad física, su propia vida, para proteger la propiedad, las posesiones materiales, de otra que tiene dinero para comprarlo. ¿Acaso no es eso enfermo? ¿Acaso no es esa la máxima herramienta de control sobre la vida de una persona? La desigualdad moderna hace que ahora no se posean los esclavos, sino que se renten. Cada vez que un guardia de seguridad pasa días en condiciones comprometedoras para garantizar la integridad material de los bienes de otra, se le está esclavizando, y lo peor es que no es por la fuerza, sino por la “propia voluntad” del sometido. Si el que se encuentra en desventaja se encuentra en esa posición, es porque así quiere o así lo merece.

El autor de esta entrada tampoco se exceptúa de esta regla. Yo reconozco y soy consciente de que soy un individuo extremadamente privilegiado, casi todo lo que soy y tengo es derivado del azar, de la casualidad de haber nacido en un entorno que puso a mi alcance todas las herramientas para ser la persona medianamente educada y cómoda que soy. Aun cuando he estado en posición de sirviente en algunas ocasiones, la gran mayoría de mi vida he sido servido por otros. Lastimosamente, ese no es el caso para la mayoría, y es algo que es imperativo cambiar. La desigualdad económica está estrechamente ligada con la movilidad social. Es por ello que vale la pena observar a sociedades que han logrado reducir lo máximo posible -que permite este sistema basado en la escasez- la desigualdad y la inequidad.

El reto radica en determinar acertadamente cómo erradicar la desigualdad; los mercados -laissez faire- definitivamente no son la vía. Incluso existe un consenso entre las más populares escuelas de economía que los mercados por sí mismos son propulsores de la desigualdad -contrario a lo que ingenuamente creía Adam Smith, padre de la economía moderna-, porque “económicamente” la disparidad es más eficaz, como se mencionó anteriormente. Para algunos, la desigualdad es inclusive algo beneficioso, ya que “motiva” a los que están abajo a superarse para alcanzar la posición de los que están arriba, y los que están arriba también se superan porque no quieren ser alcanzados. Ojalá fuera así, por lo menos, ya que en alguna medida habría progreso para todos. Sin embargo, empíricamente se observa que la estrategia que utilizan los que están en posiciones privilegiadas para no ser alcanzados, no es superarse, sino evitar en la mayor medida de lo posible que se superen los de abajo, mantenerlos en condiciones desventajosas para poder manipularlos económicamente. Los mercados, por su naturaleza, no pueden superar ese problema, ya que su función inherente no es promover bienestar, sino lucro, y si éste último se obtiene de mantener una ventaja diferencial sobre los demás, es ovbio lo que sucederá.

Existen varias alternativas a esta forma de organización social, la cual gradualmente se superará a sí misma porque sus valores son insostenibles y contrarios a sí mismos. Es por ello que debemos estar preparados intelectualmente para saber qué camino tomar cuando el sistema finalmente colapse. 

jueves, 3 de octubre de 2013

Memento mori

Memento mori
De Giancarlo Melini

Nacés en el seno de la familia más adorable. Tu infancia es de ensueño y lo único que tenés que hacer es jugar y estudiar. En tu mesa jamás falta un plato de la comida más nutritiva y deliciosa, la que constantemente comés a regañadientes. Tenés muchos amigos y presumís con ellos los juguetes más costosos. Entrás a la primaria y tenés acceso a los mejores recursos tecnológicos para aprender. Siempre sos un alumno destacado, nunca faltás en el cuadro de honor. Sos el chavo más popular y te lo pasás en fiestas de quince años en los hoteles más lujosos. La secundaria es pan comido para vos y nuevamente tus notas reflejan lo dedicado que sos. Te graduás para convertirte en el orgullo de tu familia. Te admiten en la universidad más prestigiosa y costosa del país. Estudiás la carrera que siempre quisiste y seguís siendo un estudiante sobresaliente. Conseguís un lucrativo primer trabajo producto de tus relaciones familiares y sociales. Tenés la novia más bonita de la U y te convertís en la envidia de tu círculo social. Viajás constantemente, tus paseos internacionales son algo ordinario. No escatimás en gastos para adquirir los productos más inútiles de las marcas más prestigiosas, y ostentarlos ante quienes ni siquiera te caen bien. Te graduás de la universidad con honores y te convertís en un profesional con futuro brillante. Conseguís beca para estudiar una maestría en una prestigiosa universidad europea, así conocés el mundo. Tu familia y amigos ven la estrella en ascenso que sos. Regresás a encontrar un mar de oportunidades, las cuales no desaprovechás. Te colocás en un puesto de alta jerarquía en una afamada empresa de tu familia o amigos. Conocés a la mujer de tus sueños, es hermosa. Tenés una boda que no tiene nada que envidiarle a las más pintorescas de la escena hollywoodense. Tus varios cientos de invitados saben que estás destinado a ser el hombre más feliz del mundo. Te mudás a la casa que todo mundo aspira a tener, en uno de los más prestigiosos sectores de la ciudad. Tenés todo a tu favor para iniciar una familia y satisfacerles hasta los más excéntricos caprichos. Tus hijos son sanos y simpáticos, son la familia “ideal”. A ellos les das la mejor vida que el dinero puede comprar y todos se convierten en personas de “éxito”, teniendo un camino todavía más fácil que el tuyo. Vos y tu esposa envejecen juntos y felices, “cuando llegue a esa edad quiero ser como ellos” dicen todos. Tus nietos son otra camada de divinas criaturas, son “gente bien”. El mundo es tuyo, te lo podés comer si querés. En el transcurso de tu vida amasás una inmensa fortuna material, vas a dejar a tu descendencia un harto legado. Creés ser feliz, más bien, sos feliz. Y durante todo ese tiempo y hasta en tu último aliento… memento mori. 

miércoles, 2 de octubre de 2013

La paradoja de la felicidad

La paradoja de la felicidad
de Giancarlo Melini

La siguiente es una traducción al español de mi entrada original The paradox of happiness.

Una encuesta realizada recientemente indicó que los países más felices en el mundo -sorpresivamente- son los latinoamericanos. Aun cuando la certeza, precisión y validez de esta clase de “estudios” son cuestionables, sigue siendo un tema muy interesante para analizar. No obstante que las razones o factores que inciden en tan inesperado resultado no están detalladas, se deben considerar una significativa cantidad de variables, como se explicará más adelante. Otro hecho bastante raro es que los índices de suicidio -per cápita- son mucho más altos en los países industrializados, desarrollados, ricos y educados. Pocos estudios psicológicos se han hecho con respecto a este extraño fenómeno, y ellos muestran resultados intrigantes, y que son difíciles de imaginar para quienes vivien en países tercermundistas.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué es que la gente que vive en sociedades pobres, violentas, desiguales, sin educación, poco saludables y corruptas es más feliz? ¿Por qué los ciudadanos que viven en abundancia, seguridad, salud y riqueza son más propensos a cometer suicidio y vivir miserablemente?

Es un tema muy complicado porque todos estamos condicionados a pensar que la felicidad significa abundancia material, ergo los ricos deben ser felices ¿verdad? ¡No! En la realidad ese no es el caso. Por favor tomar en consideración que esta entrada no la escribe un experto en ciencias del comportamiento, solo se extraen conclusiones del propio conocimiento y experiencias.

Para empezar se tratará el tema desde la perspectiva de Latinoamérica. Para entender el porqué del alto índice de felicidad en este continente, se deben considerar varios factores. A continuacón se analizan las tres más trascendentes.

Primero, aun cuando hay altos índices de desigualdad, pobreza, violencia y privación en esta región, la vida familiar todavía es muy importante en la cultura latina. En los países industrializados, la mayor aspiración de los jóvenes es emanciparse y vivir solos lo antes posible. Una cultura en la que se vive solo puede causar un nivel bajo de alegría debido a que los humanos somos seres sociales; la soledad simplemente no es una condición natural. Por otro lado, los latinos comúnmente viven con sus familias, y dejan sus hogares sí y solo sí están listos para iniciar otra familia, así que el individuo está siempre rodeado por la compañía de sus seres queridos. 

Segundo, es probablemente la causa más importante, es una hipótesis mucho menos romántica. Las personas ignorantes, que no entienden nada acerca de su entorno y no tienen una acertada noción de la realidad, una minúscula idea de cómo funciona el mundo, tienden a engañarse a sí mismos y colocarse en un estado mental que se le puede llamar felicidad inocente, infantil inclusive. Es por ello que tienden a describirse a sí mismos como “satisfechos” con las condiciones que les rodean. Así es la vida o la vida es dura, tristemente piensan. Contrariamente, las personas educadas e inteligentes son mucho más conscientes del funcionamiento de su entorno, están anuentes del comportamiento aberrante que se replica alrededor del mundo, y por lo tanto encuentran muy difícil describirse a sí mismos como “felices”, más cuando ellos mismos y/o la gente que interactúa con ellos vive en constante sufrimiento y dolor; saben que la vida no tiene por qué ser complicada, la dificultad de la vida es un producto enteramente de la forma ineficiente en la que el ser humano se organiza y administra sus recursos. Debido a que la gente en Latinoamérica es en promedio mucho menos educada, es una posibilidad que su ingenuidad es lo que los lleva a “encontrar la felicidad”. La gente ignorante e ingenua vive en una burbuja que los protege de entender las atrocidades del mundo real, bastante complicado y cruel. Así que dentro de este paradigma se le debe dar crédito a George Orwell, cuando en su novela 1984 escribió: “la ignorancia es fuerza”, lema fundamental del INGSOC.

Tercero, estando íntimamente ligada con la ingenuidad, la religiosidad es un factor clave en la "felicidad" de las personas en países subdesarrollados. Es común oir que las personas ateas no son felices -extremo que no ha sido categóricamente probado- mientras que las personas religiosas se "llenan de gracia" y viven una vida "placentera". Marx dijo una vez que la religión es el opio de los pueblos, y al parecer estaba bastante acertado, ya que actúan como un atrofiante mental. Las religiones se usan como una especie de droga sedante, aturde los sentidos de las personas y no las deja apreciar claramente la realidad, que es mucho más complicada de lo que el dogma religioso pretende aclarar. Buscar las respuestas de un universo complejo en mitos de entes sobrenaturales actúa como un calmante muy efectivo para los ignorantes, que en muchos casos no pueden -o no quieren- buscar la verdad, que por cierto no es tan idílica como la ilustran un libros místicos escritos hace miles de años por nómadas del desierto que no tenían ni la más mínima idea de la aplicación del método científico como mecanismo de averiguación de la verdad. Para ahondar más en este tema se recomiendan los libros The god delusion de Richard Dawkins y The demon-haunted world de Carl Sagan.

Ahora, abordando el tema de los altos índices de suicidio en los países desarrollados: Se puede entender que la inclinación a cometer suicidio es principalmente causada por las razones siguientes:

1) En una sociedad donde satisfacer las necesidades más básicas está prácticamente dado por hecho, las personas tienen mucho más tiempo y libertad para preocuparse por cosas no tan importantes, inclusive simples o minúsculas en la mayoría casos. Problemas amorosos, sociales o ligeros desajustes financieros, por ejemplo. En un país industrializado, aun cuando el individuo no tienen un ingreso económico, la posibilidad de que se muera de hambre o termine en la calle es inexistente -aunque esto está cambiando, tristemente-, ya que el sistema socio-económico provee toda una red de seguridad social que previene que eso suceda, y que además garantiza -o pretende hacerlo- el bienestar de cada ciudadano (los países Escandinavos y Alemania son un buen ejemplo). Debido a lo anterior, el miedo que tiene la gente sobre qué hacer para sobrevivir es reemplazado por preocupaciones como qué tanto dinero ganan en comparación con sus vecinos, el status social les da la marca del automóvil que conducen, que harán para hacer el próximo pago de la hipoteca de su casa de tres habitaciones, o como costearán sus próximas vacaciones a Disneyland. En contraste, la gente en países subdesarrollados es agradecida y afortunado por el simple hecho de que sigue viva, y de que tiene otro día para disfrutar con su querida familia y amigos; o se llena de alegría porque tiene un poco de comida para alimentar a sus cinco hijos. Los pobres tienen la extraordinaria habilidad de extraer felicidad de las cosas más simples de la vida, y eso realmente los hace más ricos. El rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita. 

2) El ser humano es social y empático, necesita y le gusta relacionarse con otras personas que comparten sus ideas, sentimientos, pensamientos y estilos de vida. Otros estudios han demostrado que los países Nórdicos están entre los más felices del mundo, pero paradójicamente también tienen altos índices de suicidio per cápita. Una posible hipótesis sobre esto es que en esos países, cuando una persona se encuentra en una situación de dificultad, de depresión, de infelicidad, se siente extremadamente sola porque no hay empatía, ya que quienes están a su alrededor son felices. No tener a nadie con quien equipararse/relacionarse puede ser bastante dañino, y ver que todos alrededor son felices excepto uno mismo podría aumentar la ansiedad, lo que se puede constituir en un motivo bastante válido para cometer suicidio. En los países subdesarrollados la situación es muy diferente, ya que cuando la gente está viviendo momentos muy dolorosos, lo único que tiene que hacer es observar a su alrededor para encontrar gente que está en las mismas o en peores condiciones. La capacidad de poder compararse y crear un vínculo con otros que están en situaciones similares es lo que ayuda a la gente a sobrellevar la miseria y en consecuencia superar el deseo de cometer suicidio. Es mejor estar triste acompañado, que triste en soledad.

Así que la paradoja de la felicidad es un tema en extremo interesante y ojalá que eventualmente experimentados sociólogos, psicólogos y antropólogos indaguen más en esta materia, y de esa forma sea más fácil para todos comprender la verdadera raíz de la felicidad. Mientras tanto, se les desea que vivan felices para siempre…