Desigualdad sistémica
de Giancarlo Melini
“La desigualdad es
el origen de todos los movimientos locales.” – Leonardo Da Vinci.
Da Vinci acierta categóricamente al aseverar que la
desigualdad, el trato no equitativo y/o la dispareja distribución de recursos
son motivos de estallido social a lo largo del tiempo y del espacio, aunque no
sólo a nivel local, sino regional o inclusive global. La población sólo puede
soportar ser tratada injustamente por un tiempo limitado, despertando después sentimientos
revolucionarios al estilo de las insurgencias francesa o bolchevique. La
desigualdad simplemente no es una condición natural -al menos no la que es acentuada
por una estructura organizacional creada por el hombre-, y está científicamente
comprobado que incluso los animales y los bebés tienen un sentido de justicia;
saben identificar cuando existe un trato injusto, cuando hay diferente recompensa por
igual trabajo.
Para distribuir riqueza y fomentar la eficiencia económica, las sociedades
modernas se basan en la desigualdad,
como bien lo puntualiza el economista Arthur Melvin Okun en su paper Equality and Efficiency: the big tradeoff. Pero,
¿de qué sirve un sistema económico si su visión de progreso significa bienestar
para pocos y malestar para muchos? ¿No debería un sistema económico administrar
recursos en función de la felicidad de todos? Aparentemente no. Aun cuando
estudios demuestran que la desigualdad económica es extremadamente dañina para el individuo y la colectividad, quienes no solo han aprendido a darla por
sentado -patológicamente por supuesto-, sino a esperar que quienes se llevan la
peor parte de ella se muestren agradecidos, “privilegiados”, “dichosos” porque
se les da una mísera oportunidad de ser parte del sistema de producción. Así
opera este sistema, este paradigma, y es realmente escalofriante. Bien dijo
Jiddu Krishnamurti que no es medida de
salud el estar bien ajustado a una sociedad profundamente enferma.
Distribución de la riqueza global
Coloquialmente es muy común escuchar a personas que
ostentan poder económico, o que de alguna forma se encuentran en una posición
de autoridad sobre otros en la esfera laboral, decir: estos ingratos, se les da trabajo y no agradecen. En las sociedades
actuales se tiene la idea de que darle empleo a alguien, facilitarle acceso
para que produzca lo que necesita, es un favor, un privilegio. No solo se está
obligado a trabajar para ser un individuo "productivo", a comprar el derecho a existir, sino a
vivir bajo el constante estrés de que el trabajo o las habilidades que se tienen
no sean económicamente relevantes para el mercado, lo que automáticamente crea
un sistema inestable y violento. Nadie se detiene a pensar que estructuralmente
las sociedades -especialmente las subdesarrolladas- operan bajo el paradigma de
la desigualdad estructural, en el que quienes poseen como único medio de producción
su propio trabajo tienen que someterse “forcivoluntariamente”
al mando de alguien más para obtener acceso a los recursos esenciales que le
permitan sobrevivir -no vivir-. Eso es violencia estructural. Gandhi una vez
dijo que la pobreza es la peor forma de
violencia. De esa cuenta, no es casualidad que, salvo algunas excepciones, las sociedades más pobres
también sean las más desiguales.
Hay muchos que no son conscientes de la situación extremadamente
privilegiada en la que viven. No asimilan el porqué de la abundancia de pocos y
la escasez de muchos; y en algunos casos hasta se tiene la audacia de intentar
explicar esa dificultad de la humanidad con la fallida teoría del darwinismo social: “El mundo es de los más
astutos; cada quién tiene lo que se merece de acuerdo a su actitud y aptitud”. Es
una atrofia perceptiva el no tomar en cuenta la evidente diferencia de recursos
con los que cada individuo comienza a competir en esta carrera que se llama vida. No
es psicológicamente saludable el vivir en un sistema socioeconómico que
recompensa a los “ganadores” con la capacidad de poder alimentar a sus perros
mejor de los que los “perdedores” pueden alimentar a sus hijos.
Aquellas personas que están condenadas a servir también
tienen aspiraciones, ilusiones, deseos, sentimientos, también son personas como
quienes tienen mucho pero nada han pagado -con trabajo, con esfuerzo-. Ese
mesero anónimo, ese
guardián invisible, esa mucama cuyo trabajo es imperceptible, ese conserje al que nadie ve a
los ojos, ese campesino arduamente trabajador cuya labor se da por sentado, son todos
víctimas de un sistema basado en la ventaja diferencial, en el sacrificio de
las mayorías para la comodidad de las minorías. Y lo más triste es que nadie siquiera lo
nota, es algo que se da por hecho, así
es la vida. Por el contrario, se espera que estos sirvientes estén
agradecidos porque quienes se encuentran en una posición superior -tomando decisiones que en muchos casos los afectan a ellos- les
dieron la “misericordiosa” oportunidad de ganarse unos centavos para
malnutrirse a sí mismos y a sus familias. Situaciones que recuerdan al poema Los Nadie de Eduardo Galeano.
El paradigma socioeconómico convierte a toda la población
ya sea en servidos o en sirvientes, y se espera que los últimos se muestren
agradecidos porque se les dio la “magnánima" oportunidad de dejarlo servir a otro -al darle empleo-. Esa disparidad económica inherente en el sistema no solo
permite, sino que fomenta la posibilidad de poder exigir a una persona (sirviente) que
exponga su integridad física, su propia vida, para proteger la propiedad, las posesiones materiales, de otra que tiene dinero para comprarlo.
¿Acaso no es eso enfermo? ¿Acaso no es esa la máxima herramienta de control
sobre la vida de una persona? La desigualdad moderna hace que ahora no se
posean los esclavos, sino que se renten. Cada vez que un guardia de seguridad
pasa días en condiciones comprometedoras para garantizar la integridad material
de los bienes de otra, se le está esclavizando, y lo peor es que no es por la
fuerza, sino por la “propia voluntad” del sometido. Si el que se encuentra en desventaja se encuentra en esa posición, es
porque así quiere o así lo merece.
El autor de esta entrada tampoco se exceptúa de esta regla.
Yo reconozco y soy consciente de que soy un individuo extremadamente
privilegiado, casi todo lo que soy y tengo es derivado del azar, de la
casualidad de haber nacido en un entorno que puso a mi alcance todas las
herramientas para ser la persona medianamente educada y cómoda que soy. Aun
cuando he estado en posición de sirviente en algunas ocasiones, la gran mayoría
de mi vida he sido servido por otros. Lastimosamente, ese no es el caso para la mayoría, y es algo que es imperativo cambiar. La desigualdad económica está
estrechamente ligada con la movilidad social. Es por ello que vale la pena
observar a sociedades que han logrado reducir lo máximo posible -que permite este
sistema basado en la escasez- la desigualdad y la inequidad.
El reto radica en determinar acertadamente cómo erradicar
la desigualdad; los mercados -laissez faire-
definitivamente no son la vía. Incluso existe un consenso entre las más
populares escuelas de economía que los mercados por sí mismos son propulsores
de la desigualdad -contrario a lo que ingenuamente creía Adam Smith, padre de
la economía moderna-, porque “económicamente” la disparidad es más eficaz, como
se mencionó anteriormente. Para algunos, la desigualdad es inclusive algo
beneficioso, ya que “motiva” a los que están abajo a superarse para alcanzar la
posición de los que están arriba, y los que están arriba también se superan
porque no quieren ser alcanzados. Ojalá fuera así, por lo menos, ya que en alguna medida habría
progreso para todos. Sin embargo, empíricamente se
observa que la estrategia que utilizan los que están en posiciones privilegiadas
para no ser alcanzados, no es superarse, sino evitar en la mayor medida de lo
posible que se superen los de abajo, mantenerlos en condiciones desventajosas para
poder manipularlos económicamente. Los mercados, por su naturaleza, no pueden
superar ese problema, ya que su función inherente no es promover bienestar,
sino lucro, y si éste último se obtiene de mantener una ventaja diferencial
sobre los demás, es ovbio lo que sucederá.
Existen varias alternativas a esta forma de organización
social, la cual gradualmente se superará a sí misma porque sus valores son
insostenibles y contrarios a sí mismos. Es por ello que debemos estar
preparados intelectualmente para saber qué camino tomar cuando el sistema finalmente colapse.