El individuo y la sociedad
de Giancarlo Melini
"Separa a un individuo de la sociedad y dale una
isla, un país, un continente completo para que posea él solo, y jamás
podrá adquirir propiedad personal, jamás podrá ser rico." - Thomas Paine
En la actualidad existen diversas vertientes filosóficas, sociales y
económicas cuyo argumento medular es situar los "derechos individuales"
en un pedestal de hierro, inamovible, intocable, indestructible e inmutable. Todo aquel que tenga la audacia de cuestionar la categórica
hegemonía de los derechos individuales es objeto de calificativos
-peyorativos según sus partidarios- como "colectivista", "comunista" o
"socialista". Cualquier intento, por más mínimo que sea, de introducir
el concepto de los derechos sociales/colectivos o la justicia social es
rápidamente tachado de revolucionario, radical o peor aún, terrorista
-según algunos fanáticos neoliberales-.
Para esos sujetos, los derechos individuales parecen no tener límite
-salvo los derechos individuales de otros, afirman- ya que su protección
es palabra santa y su crítica es blasfemia, condenable de aberración. Cualquier
intento de implementar medidas socialmente justas que permitan una
pacífica convivencia entre los humanos -seres sociales- se considera un
atropello a la libertad personal, escupitajo al individualismo.
Esta intransigente postura es muy común en nuestros días, especialmente
en partidarios con ideologías de extrema derecha -clásicos liberales,
neoliberales, objetivistas, republicanos, libertarios de derecha, etc.- y ha llegado a
convertirse en el cimiento del discurso de los autoproclamados
paladines de la libertad.
Nuestro zeitgeist está totalmente
dominado por el individualismo, el egoísmo y la competencia. Muchos no se
detienen a analizar que en esencia los humanos somos seres comunales,
necesitamos de los unos a los otros, y es precisamente esa interrogante la que lleva a plantear la pregunta siguiente:
¿Es más importante el individuo para la sociedad, o la sociedad para el individuo?
"El hombre es un producto social y la sociedad debe impedir que se pierda para ella." - José de Unamono
Pareciera que la pregunta misma conlleva automáticamente un conflicto
entre el individuo y la sociedad, y en cierta forma así es para los
apologistas de ideologías individualistas -que comúnmente buscan
equiparar a la sociedad con el Estado- quienes pelean con uñas y dientes
el derecho a ser un egoísta "racional", tratando siempre de retratar al
particular como un pobre ser oprimido por una masa amorfa, tiránica,
dictatorial, injusta y transgresora... la sociedad, representada por el gobierno.
No hay razón alguna para “dicotomizar” o polarizar al individuo y a
la sociedad. Al contrario, ambos son un complemento, se
necesitan mutuamente, se basan en la coexistencia para funcionar, son simbióticos. De esa
cuenta, lo que verdaderamente hay que determinar es cuál de los dos es
más importante para el otro, cuál es más influyente, cuál es el que le
da forma y define la acción humana. Desde ya hago saber que la sociedad
es -categóricamente- el elemento más importante en esta relación
simbiótica, y elaboraré mi punto detalladamente.
El individuo, según corrientes psicológicas modernas, desde su
nacimiento -y tal vez desde su concepción- es producto de su entorno, es
un ser biológicamente social, moldeado por su exterior, a imagen y
semejanza de las circunstancias que le afectan. El ser humano necesita
material y psicológicamente de los demás para sobrevivir, ello implica su innegable
dependencia de lo social. El humano es el animal que más cuidado
necesita antes de poder valerse por sí mismo, y al final sólo lo hace parcialmente ya que nunca llega a ser totalmente independiente -ni los ermitaños, que llevan consigo el conocimiento, objetos y habilidades que adquirieron y aprendieron viviendo en sociedad-. El hombre jamás logrará su total independencia, autosuficiencia o individualidad. Otros animales, como las serpientes, son capaces de cazar y
morder desde el momento en que rompen el huevo en el que nacen, caso totalmente contrario al de la especie del homo sapiens.
En virtud de lo
anterior, es válido afirmar que el ser humano, como producto del entorno, no es bueno ni malo por
naturaleza, ya que su actuar está condicionado a lo que sabe, a lo que aprende, a lo que
la sociedad le plantea, le propone, le muestra y demuestra. A lo que sus condiciones materiales le permiten hacer. Incluso la noción del "libre albedrío", según la neurociencia, está limitada, tal y como se ha
comprobado con diversos estudios de especialistas en dicho campo, como los doctores
Gabor Mate, James Gilligan y Robert Sapolsky. Se decide cómo actuar,
pero no se decide las circunstancias que motivan a actúar. Por ejemplo: le gusta el chocolate, y lo decide conscientemente, pero no decide las impresiones o sensaciones que hacen que le guste. Como dijo Arthur Schopenhauer: “Una persona puede hacer lo que desea, pero no puede decidir qué es lo que desea.”
“Un exacerbado individualismo es el caldo de cultivo
en el que el sentimiento de poder es engendrado y alimentado; por este
motivo, es egocéntrico, en el sentido de que se afirma a sí mismo de
forma arrogante y a menudo violenta cuando poniéndose en acción trata de
sojuzgar a los otros.” - Teitaro Suzuki
La tesis anterior choca directamente con los fundamentos ideológicos
individualistas, que representan al hombre como un Atlas, un ser heroico totalmente libre de
elegir, siendo el único responsable de todas sus acciones y que él y sólo él tiene el
control de su destino. Los factores exteriores son secundarios, el hombre con su "acción
humana" decide transformar el entorno a su favor; lo cual no deja de ser parcialmente cierto. Y es ahí donde se entra en una discusión ontológica entre materialismo e idealismo. El hombre puede decidir cambiar su entorno, pero esa decisión esta pre-condicionada por todos los factores externos que
lo llevaron a tomar dicha decisión, y son los mismos factores externos
los que finalmente determinarán si la decisión se materializará.
Un ejemplo claro podría ser el siguiente: Un pobre puede decidir salir de la pobreza, y
para hacerlo decide educarse y trabajar arduamente. Obviamente para
educarse tiene que haber escuelas, libros, computadoras, etc. y para
trabajar arduamente tiene que tener en principio energía -proporcionada por el alimento-, y, en segunda instancias, acceso a medios de producción, ya
sea como empleado o como empresario. El pobre no solo decide educarse,
tiene que haber la infraestructura y condiciones necesarias para que él pueda cumplir
su cometido. Tampoco sólo decide trabajar, tiene que haber alguien que
demande sus servicios como empleado, o un cliente que demande los bienes
o servicios que produce; alguien que considere sus habilidades económicamente relevantes.
Aún siendo
egoísta-individualista, el humano es colectivista, social y cooperativo, ya que al emprender proyectos personales, siempre necesitará ayuda de
otros para materializarlos, ¿Acaso Rockefeller excavaba los pozos petroleros con sus propias
manos? ¿Vanderbilt construyó con el sudor de su frente las líneas del ferrocarril? ¿Carnegie fundía personalmente el
acero, lo moldeaba y después manejaba personalmente los trenes para
entregar los pedidos? ¿Frank Gehry diseñó, fabricó y construyó el museo Guggenheim literalmente solo?
Es cierto que aún siendo un ser social, el hombre tiene dos facetas: la colectivista y la individualista, pero la ideología del individualismo fundamentalista trata de suprimir -sin éxito- la primera,
y eso es lo que causa la disfuncionalidad de la sociedad. La estructura social obliga a competir, a ver al prójimo como
un adversario al que hay que vencer -minimizar- para alcanzar el
"éxito", y así “ganarnos la vida”, ganarnos nuestro derecho a existir.
Esta sociedad disfuncional
recompensa al “fuerte” con la oportunidad de alimentar a sus perros mejor
de lo que el “débil” alimenta a sus hijos, e insta a no tener ningún
tipo de remordimiento por ello. Es cierto también que el
hombre en masa se comporta de maneras atroces; pierde las limitantes y responsabilidades que como individuo tiene y se deja llevar por el comportamiento de
rebaño. Psicólogos como Gustave Le Bon, Signund Freud y Edward Bernays
han elaborado extensamente ese tema. Pero aún el hombre masa es producto del entorno. La cultura determina el comportamiento del
individuo y de la colectividad, nadie se salva de ella. El humano es víctima de la cultura, en lo personal y en lo grupal.
Otro argumento de los individualistas es que la mayoría de las
aberraciones son cometidas por el colectivo –siempre haciendo alusión
directa al Estado-, mientras que la bondad es producto del individuo. ¿Pero en dónde aprende la bondad el individuo? ¿En dónde aprende lo que es bondadoso y lo que es malicioso? ¿En dónde aprende la moral? De su entorno, entre él, de los parámetros sociales. Algunos individualistas dogmáticos se afanan de que las grandes invenciones científicas y
tecnológicas provienen del ingenio de individuos, y las tragedias
globales como guerras y hambrunas son atribuibles a entidades
colectivistas como el Estado. Pero no se detienen a pensar que
tanto el individuo, como el Estado, son producto de una cultura
colectiva. Si los lineamientos culturales son “malos”, habrá “malos” individuos y "malos" Estados. Si la
escala de valores socialmente aceptados es insostenible, tanto el individuo como el colectivo operarán en base a ella, y consecuentemente el orden social será inoperante y “malo”. Es
entonces donde se hace útil la propuesta de Jacque Fresco con respecto
al rediseño de la cultura: formar una civilización en base a valores
sostenibles como la solidaridad, no caridad. Humanismo, no teísmo. Cooperación,
no competencia. Bienestar, no lucro. Educación relevante, no disciplina para servir como herramienta industrial/comercial, como un engrane más en la máquina.
Abundancia, no escasez (en el sentido material). Ase hace alusión a la escasez
porque, como se ha desarrollado en otras entradas, es un elemento
funcional del sistema socio-económico actual. Por último pero no menos importante: pensamiento crítico, no dogmatismo.
“Un individuo todavía no ha empezado a vivir hasta
que pueda levantarse más allá de los estrechos confines de sus intereses
individualistas hacia intereses más amplios que envuelvan a toda la
humanidad.” - Martin Luther King Jr.
Anarquistas -anarcocomunistas o anarcosindicalistas- como Bakunin y
Kropotkin, consideraron a la sociedad como la base de la existencia de
todo ser humano, ya que ésta lo precedía y además guardaba todo el
conocimiento que posteriormente forjaría la personalidad del individuo,
lo proveería de herramientas fundamentales como el idioma y el pensamiento crítico,
volviéndolo de esa forma en un ser creativo e innovador; que se apoya
del saber social y de las herramientas colectivas para producir
conocimiento que después puede ser aprovechado, interpretado, modificado
o mejorado por otros individuos -o grupos, o Estados-. Incluso el
expositor con matices derechistas Matt Ridley, reconoce que el conocimiento está disperso y plantea la teoría del
“Cerebro Colectivo”, estableciendo que el saber -conocimiento, cultura- se transmite de ser humano en ser humano, de generación en
generación, de tal cuenta que todos al mismo tiempo pueden llegar a ser
-y son, en mayor y menor medida- parte del saber colectivo. Carl Sagan
dijo una vez que la quema de la Biblioteca de Alejandría fue como un
daño cerebral auto-infringido por la humanidad a su propio cerebro colectivo.
Se infiere que el individuo sin la
sociedad no es nada. Pero de igual forma, es válido alegar que una
sociedad sin individuos, no es sociedad. Lo cual es cierto -por eso la
relación simbiótica entre individuo y sociedad-, pero es válido afirmar
también que son muy pocos los individuos que tienen un impacto
sustancial en la sociedad, en cambio la sociedad tiene un impacto
definitivo en todos los individuos, a menos que se hayan criado solos y bajo de
una roca.
Ojalá la sociedad estuviera infestada de individuos como
Einstein, Sagan, Tesla, Galileo, Copérnico, Fuller, Da Vinci, Fresco, Newton, Leibniz, Aristóteles, Sócrates, etc. Pero no es así. Sin embargo, estos genios llegaron a
ser lo que fueron por la influencia de otros genios que adquirieron y
emanaron conocimiento antes que ellos. “Si puedo ver más allá es porque me sostengo en los hombros de gigantes.”. Frase que se le atribuye originalmente a Bernard de Chartres, y que fue repetida por Newton, Einstein y
Fresco. Significa que lograron hacer lo que hicieron porque tuvieron a
su alcance el conocimiento y las ideas que sus predecesores produjeron. Derivaron su conocimiento y sus aportes de información preexistente, como lo hace todo ser humano.
La sociedad está presente en cada individuo y eso es innegable. El
entorno social es un factor determinante, decisivo en el actuar del
individuo, y quien lo niegue tendría que comprobar la existencia de alguien nunca se ha valido de nada ni nadie exterior a sí mismo(a) para forjar su criterio -lo cual es imposible-. ¿Acaso nunca ha leído un libro, visto un documental, escuchado una conferencia, oído una canción, estado en una clase o escuchado una noticia? ¿Inventó su propio idioma, sus propias reglas sociales y sus propias leyes naturales?
Hace meses, por las redes sociales circuló una historia -si es cierta o no, es irrelevante- sobre un
antropólogo que viajó África para conducir un experimento. Colocó en la base de un árbol una canasta de frutas y le dijo a un grupo de
niños que corrieran hacia ella. El primero en llegar, la recibiría como premio. Cuando el antropólogo dio la orden de
salida, todos los niños se tomaron de las manos y caminaron juntos hacia
el árbol. Al llegar se repartieron el botín y disfrutaron todos de las
frutas. Cuando el sorprendido antropólogo les preguntó que por qué
habían hecho eso, los niños le contestaron todos al unísono “Ubuntu: Yo soy porque nosotros somos ¿Cómo uno de nosotros podría ser feliz si todos los demás están tristes”. Es cierto que este relato es bastante romántico, pero si de alguna
forma se lograra adaptar a la realidad el ideal de Ubuntu, se alcanzaría una civilización mucho más propensa al bienestar y a la salud mental de
todos los involucrados, e incluso no involucrados.
En conclusión es claro y contundente: la sociedad y la cultura son
factores que están por encima de las decisiones personales de cada
individuo -por más tiránico que esto se oiga-. Si queremos que los individuos sean “buenos”, creativos, solidarios y felices, se debe promover una cultura y un modelo
social que facilite eso, no que lo limite, lo castigue o que lo suprima.
El jurista italiano Sergio Cotta dijo una vez que: “…El individuo, en cuanto imperfecto, tiene
constitutivamente la necesidad de los demás para ser él mismo: es, por
naturaleza, ‘yo-con-el-otro’. Una coexistencia que no es ocasional y
soslayable, sino la expresión de una condición ontológica, natural. Si
el individuo quiere alcanzar una conciencia de sí mismo, no puede dejar
de adquirir conciencia de su propia capacidad de relación… Nadie puede
vivir sin abrirse, sin cooperación mutua, y si cada uno es libre de
comportarse como le parezca, la vida está en constante peligro, se
vuelve insegura, y el perfeccionamiento integral de uno mismo se hace
precario cuando no imposible, puesto que estaríamos a expensas de la
mera fuerza, según la ley, precisamente, de la selva.”
“Al final, qué es un océano sino una multitud de gotas” – David Mitchell, Cloud Atlas.