La Abolición del Trabajo (I)
de Bob Black
La Abolición del Trabajo y otros ensayos (1985)
Traducción al español: Giancarlo Melini
"Arbeit macht frei" - El trabajo lo hace a uno libre. Lema de los campos de concentración de la Alemania Nazi.
"Arbeit macht frei" - El trabajo lo hace a uno libre. Lema de los campos de concentración de la Alemania Nazi.
Nadie debería trabajar nunca.
El
trabajo es la fuente de casi toda la miseria en el mundo. Casi
cualquier mal que a usted se le ocurra nombrar deviene del trabajo o de
un mundo diseñado para trabajar. Para dejar de sufrir, debemos dejar de
trabajar.
Eso no significa que debemos dejar de hacer
cosas. Significa crear una nueva forma de vida basada en el juego, en
otras palabras, una revolución lúdica. Por juego, también me
refiero a festividad, creatividad, convivencia, comensalidad, y tal vez
incluso arte. Hay mucho más que jugar que juegos de niños, aún cuando
estos sean valiosos. Pido una aventura colectiva de
alegría generalizada y exuberancia libremente interdependiente. Jugar no
es pasivo. Sin duda todos necesitamos más tiempo para el ocio puro que
del que actualmente gozamos, sin importar nuestros ingresos o nuestra
ocupación, pero ya recuperados del cansancio inducido por el trabajo
casi todos nosotros queremos o vamos a querer actuar. El Oblomovismo y
el Stackhanovismo son dos lados de la misma degradada moneda.
La
vida lúdica es completamente incompatible con la realidad existente.
Todavía peor es nuestra "realidad", un hoyo gravitacional que drena la
poca vida que tenemos que a penas se distingue de la mera supervivencia.
Curiosamente -tal vez no- todas las ideologías antiguas son
conservadoras porque creen en el trabajo. Algunas de ellas, como el
Marxismo y algunas ramas del Anarquismo, creen en el trabajo ferozmente
porque creen en muy pocas otras cosas.
Los liberales
dicen que deberíamos eliminar la discriminación en el trabajo, yo digo
que deberíamos eliminar el trabajo. Los conservadores apoyan las leyes
del derecho a trabajar. Siguiendo al yerno de Karl Marx, Paul Lafargue,
yo apoyo el derecho a ser holgazán. Los izquierdistas favorecen el
trabajo completo. Como los surrealistas -excepto que yo no bromeo- yo
favorezco el desempleo completo. Los trotskistas claman por la
revolución permanente. Yo clamo por rebeldía permanente. Pero si todos
los ideólogos (como así lo hacen) abogan por el trabajo -y no solo
porque planean que otras personas hagan el suyo- son extrañamente
renuentes a decirlo. Ellos continúan sin cesar el discurso sobre
salarios, horas, condiciones de trabajo, explotación, productividad,
lucratividad. Ellos hablarán gustosamente sobre cualquier cosa menos del
trabajo mismo. Estos expertos que ofrecen pensar por nosotros raramente
comparten sus conclusiones sobre el trabajo, a pesar de su importancia
en la vida de todos nosotros. Entre ellos se reservan todos los
detalles. Los sindicatos y los administradores están de acuerdo en que
todos nosotros debemos vender el tiempo de nuestras vidas a cambio de
sobrevivir, aunque discuten sobre el precio. Los Marxistas piensan que
debemos ser mandados por burócratas. Los libertarios piensan que debemos
ser mandados por empresarios. A las feministas no les importa quién
manda siempre y cuando el jefe sea una mujer.
Claramente estos traficantes de ideologías tienen serias diferencias
sobre cómo repartir los beneficios del poder. Así de claro, ninguno de
ellos tiene objeciones al poder como tal y todos ellos quieren
mantenernos trabajando.
Se estará preguntando si estoy
bromeando o hablo en serio. Ser lúdico no significa ser ridículo. El
juego no tiene que ser frívolo, aunque la frivolidad no es trivialidad;
frecuentemente nos tomamos la frivolidad seriamente. Me gustaría que la
vida fuera un juego, pero un juego con apuestas altas. Quiero jugar para
siempre.
La alternativa al trabajo no es sólo la
desocupación. Ser lúdico no es ser estático. Aún cuando tanto aprecio
el placer del ocio, nunca es tan gratificante como cuando se usa como
escape de otros placeres y pasatiempos. Tampoco estoy promoviendo esa
válvula de seguridad disciplinada y gerenciada llamada "tiempo libre";
lejos de eso. El ocio es no trabajar en aras de trabajar. El ocio es el
tiempo usado en recuperarse del trabajo, y en el ajetreado pero
desesperanzado intento de olvidarse del trabajo mucha gente regresa de
vacaciones tan golpeada que ansían volver al trabajo para poder
descansar. La diferencia principal entre el trabajo y el ocio es que en
el trabajo al menos te pagan por la alienación y la enervación.
No
estoy jugando juegos de definiciones con nadie. Cuando digo que quiero
abolir el trabajo, me refiero exactamente a lo que digo, pero quiero
decir a lo que me refiero al definir algunos términos en formas no
idiosincráticas. Mi mínima definición de trabajo es trabajo forzado, eso
es producción obligatoria. Ambos elementos son esenciales. El trabajo
es producción forzada por medios económicos o políticos, con la
zanahoria o el palo. (La zanahoria es el palo con otra cara). Pero no
toda la creación es trabajo. El trabajo no se hace en aras del trabajo,
se hace a cuenta del producto o resultado que el trabajador (o más
frecuentemente alguien más) obtiene de él. Esto es lo que el trabajo
necesariamente es. Definirlo es despreciarlo. Pero el trabajo es
usualmente todavía peor de lo que su definición establece. La dinámica
de dominación intrínseca en el trabajo tiende a elaborarse y
perfeccionarse con el tiempo. En sociedades avanzadas de trabajo
obligatorio, incluyendo todas las sociedades industrializadas ya
sean capitalistas o "comunistas", el trabajo invariablemente adquiere
otros atributos que acentúan su odiosidad.
Usualmente -y
es todavía más verdadero en países "comunistas" que capitalistas, en
donde el Estado es casi el único empleador y todos son empleados- el
trabajo es empleo, trabajo por pago, lo que significa que venderse a sí
mismo es un plan de entrega-. Los estadounidenses que trabajan, lo
hacen para alguien (o algo) más. En la Unión Soviética o Cuba o
Yugoslavia o Nicaragua o cualquier otro modelo alternativo que sea
aducido, la cifra correspondiente se aproxima al 100%. Solo el combatido
tercer mundo bastión del campesinado -México, India, Brasil, Turquía-
temporalmente albergan concentraciones significativas de agricultores
que perpetúan el arreglo tradicional de la mayoría de trabajadores en
los últimos milenios, el pago de impuestos (rescate) al Estado o a los
parásitos terratenientes a cambio de no ser de otra forma, dejados
solos. Incluso este crudo acuerdo está empezándose a ver bien. Todos los trabajadores de la industria (y de la oficina) son empleados sobre una especie de vigilancia que asegura su servitud.
Pero
el trabajo moderno tiene peores implicaciones. La gente no solamente
trabaja, tienen “empleos”. Una persona hace una tarea productiva todo el
tiempo en forma de “o sí no”. Aún cuando la tarea tiene un pequeño
interés intrínseco (como la creciente mayoría de trabajos no tiene) la
monotonía de su obligatoria exclusividad drena todo el potencial lúdico.
Un “empleo” que utilice la energía de algunas personas, por un tiempo
razonablemente limitado, sólo por la diversión de hacerlo, es solo una
carga para todos aquellos que tienen que hacerlo por cuarenta horas a la
semana sin tener opinión de cómo debe hacerse ese trabajo, para el
provecho de los dueños que no contribuyen nada al proyecto, y no existe
oportunidad de distribuir el trabajo entre los que en realidad tienen
que hacerlo. Este es el verdadero mundo del trabajo: un mundo de idiotez
burocrática, de acoso sexual y discriminación, de jefes cabezas huecas
que utilizan a sus empleados de chivos expiatorios, y quienes -sin la
utilización de un criterio racional o técnico- toman las decisiones.
Pero el capitalismo en el mundo real subordina la racional maximización
de la productividad y las ganancias a las exigencias del control
organizacional.
La degradación que muchos trabajadores
experimentan en su trabajo es la suma de indignidades clasificadas que
pueden ser denominadas como “disciplina”. Focault volvió complejo este
fenómeno pero es bastante simple. La disciplina consiste en la totalidad
de controles totalitarios en el lugar de trabajo –vigilancia, trabajo
rutinario, tiempos de trabajo impuestos, cuotas de producción, etc.
Disciplina es lo que la fábrica, la oficina y la tienda tienen en común
con la prisión, la escuela y los manicomios. Es algo históricamente
nuevo y horrible. Va más allá de las capacidades de los dictadores
demoníacos de antaño como Nerón y Gengis Khan e Iván el Terrible. Aún
con todas sus malas intenciones ellos no tenían la maquinaria necesaria
para controlar a sus subordinados de una forma tan dura como los
déspotas modernos. Disciplina es la distintiva nueva forma de control,
es una innovadora intrusión que debe ser erradicada en la más pronta
oportunidad.
Continuará.
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