viernes, 22 de febrero de 2013

El individuo y la sociedad


El individuo y la sociedad
de Giancarlo Melini
"Separa a un individuo de la sociedad y dale una isla, un país, un continente completo para que posea él solo, y jamás podrá adquirir propiedad personal, jamás podrá ser rico." - Thomas Paine

En la actualidad existen diversas vertientes filosóficas, sociales y económicas cuyo argumento medular es situar los "derechos individuales" en un pedestal de hierro, inamovible, intocable, indestructible e inmutable. Todo aquel que tenga la audacia de cuestionar la categórica hegemonía de los derechos individuales es objeto de calificativos -peyorativos según sus partidarios- como "colectivista", "comunista" o "socialista". Cualquier intento, por más mínimo que sea, de introducir el concepto de los derechos sociales/colectivos o la justicia social es rápidamente tachado de revolucionario, radical o peor aún, terrorista -según algunos fanáticos neoliberales-. 

Para esos sujetos, los derechos individuales parecen no tener límite -salvo los derechos individuales de otros, afirman- ya que su protección es palabra santa y su crítica es blasfemia, condenable de aberración. Cualquier intento de implementar medidas socialmente justas que permitan una pacífica convivencia entre los humanos -seres sociales- se considera un atropello a la libertad personal, escupitajo al individualismo. Esta intransigente postura es muy común en nuestros días, especialmente en partidarios con ideologías de extrema derecha -clásicos liberales, neoliberales, objetivistas, republicanos, libertarios de derecha, etc.- y ha llegado a convertirse en el cimiento del discurso de los autoproclamados paladines de la libertad. 

Nuestro zeitgeist está totalmente dominado por el individualismo, el egoísmo y la competencia. Muchos no se detienen a analizar que en esencia los humanos somos seres comunales, necesitamos de los unos a los otros, y es precisamente esa interrogante la que lleva a plantear la pregunta siguiente:

¿Es más importante el individuo para la sociedad, o la sociedad para el individuo?

"El hombre es un producto social y la sociedad debe impedir que se pierda para ella." - José de Unamono

Pareciera que la pregunta misma conlleva automáticamente un conflicto entre el individuo y la sociedad, y en cierta forma así es para los apologistas de ideologías individualistas -que comúnmente buscan equiparar a la sociedad con el Estado- quienes pelean con uñas y dientes el derecho a ser un egoísta "racional", tratando siempre de retratar al particular como un pobre ser oprimido por una masa amorfa, tiránica, dictatorial, injusta y transgresora... la sociedad, representada por el gobierno. 

No hay razón alguna para “dicotomizar” o polarizar al individuo y a la sociedad. Al contrario, ambos son un complemento, se necesitan mutuamente, se basan en la coexistencia para funcionar, son simbióticos. De esa cuenta, lo que verdaderamente hay que determinar es cuál de los dos es más importante para el otro, cuál es más influyente, cuál es el que le da forma y define la acción humana. Desde ya hago saber que la sociedad es -categóricamente- el elemento más importante en esta relación simbiótica, y elaboraré mi punto detalladamente.

El individuo, según corrientes psicológicas modernas, desde su nacimiento -y tal vez desde su concepción- es producto de su entorno, es un ser biológicamente social, moldeado por su exterior, a imagen y semejanza de las circunstancias que le afectan. El ser humano necesita material y psicológicamente de los demás para sobrevivir, ello implica su innegable dependencia de lo social. El humano es el animal que más cuidado necesita antes de poder valerse por sí mismo, y al final sólo lo hace parcialmente ya que nunca llega a ser totalmente independiente -ni los ermitaños, que llevan consigo el conocimiento, objetos y habilidades que adquirieron y aprendieron viviendo en sociedad-. El hombre jamás logrará su total independencia, autosuficiencia o individualidad. Otros animales, como las serpientes, son capaces de cazar y morder desde el momento en que rompen el huevo en el que nacen, caso totalmente contrario al de la especie del homo sapiens.

En virtud de lo anterior, es válido afirmar que el ser humano, como producto del entorno, no es bueno ni malo por naturaleza, ya que su actuar está condicionado a lo que sabe, a lo que aprende, a lo que la sociedad le plantea, le propone, le muestra y demuestra. A lo que sus condiciones materiales le permiten hacer. Incluso la noción del "libre albedrío", según la neurociencia, está limitada, tal y como se ha comprobado con diversos estudios de especialistas en dicho campo, como los doctores Gabor Mate, James Gilligan y Robert Sapolsky. Se decide cómo actuar, pero no se decide las circunstancias que motivan a actúar. Por ejemplo: le gusta el chocolate, y lo decide conscientemente, pero no decide las impresiones o sensaciones que hacen que le guste. Como dijo Arthur Schopenhauer: “Una persona puede hacer lo que desea, pero no puede decidir qué es lo que desea.”

“Un exacerbado individualismo es el caldo de cultivo en el que el sentimiento de poder es engendrado y alimentado; por este motivo, es egocéntrico, en el sentido de que se afirma a sí mismo de forma arrogante y a menudo violenta cuando poniéndose en acción trata de sojuzgar a los otros.” - Teitaro Suzuki

La tesis anterior choca directamente con los fundamentos ideológicos individualistas, que representan al hombre como un Atlas, un ser heroico totalmente libre de elegir, siendo el único responsable de todas sus acciones y que él y sólo él tiene el control de su destino. Los factores exteriores son secundarios, el hombre con su "acción humana" decide transformar el entorno a su favor; lo cual no deja de ser parcialmente cierto. Y es ahí donde se entra en una discusión ontológica entre materialismo e idealismo. El hombre puede decidir cambiar su entorno, pero esa decisión esta pre-condicionada por todos los factores externos que lo llevaron a tomar dicha decisión, y son los mismos factores externos los que finalmente determinarán si la decisión se materializará. Un ejemplo claro podría ser el siguiente: Un pobre puede decidir salir de la pobreza, y para hacerlo decide educarse y trabajar arduamente. Obviamente para educarse tiene que haber escuelas, libros, computadoras, etc. y para trabajar arduamente tiene que tener en principio energía -proporcionada por el alimento-, y, en segunda instancias, acceso a medios de producción, ya sea como empleado o como empresario. El pobre no solo decide educarse, tiene que haber la infraestructura y condiciones necesarias para que él pueda cumplir su cometido. Tampoco sólo decide trabajar, tiene que haber alguien que demande sus servicios como empleado, o un cliente que demande los bienes o servicios que produce; alguien que considere sus habilidades económicamente relevantes. 

Aún siendo egoísta-individualista, el humano es colectivista, social y cooperativo, ya que al emprender proyectos personales, siempre necesitará ayuda de otros para materializarlos, ¿Acaso Rockefeller excavaba los pozos petroleros con sus propias manos? ¿Vanderbilt construyó con el sudor de su frente las líneas del ferrocarril? ¿Carnegie fundía personalmente el acero, lo moldeaba y después manejaba personalmente los trenes para entregar los pedidos? ¿Frank Gehry diseñó, fabricó y construyó el  museo Guggenheim  literalmente solo?

Es cierto que aún siendo un ser social, el hombre tiene dos facetas: la colectivista y la individualista, pero la ideología del individualismo fundamentalista trata de suprimir -sin éxito- la primera, y eso es lo que causa la disfuncionalidad de la sociedad. La estructura social obliga a competir, a ver al prójimo como un adversario al que hay que vencer -minimizar- para alcanzar el "éxito", y así “ganarnos la vida”, ganarnos nuestro derecho a existir. 

Esta sociedad disfuncional recompensa al “fuerte” con la oportunidad de alimentar a sus perros mejor de lo que el “débil” alimenta a sus hijos, e insta a no tener ningún tipo de remordimiento por ello. Es cierto también que el hombre en masa se comporta de maneras atroces; pierde las limitantes y responsabilidades que como individuo tiene y se deja llevar por el comportamiento de rebaño. Psicólogos como Gustave Le Bon, Signund Freud y Edward Bernays han elaborado extensamente ese tema. Pero aún el hombre masa es producto del entorno. La cultura determina el comportamiento del individuo y de la colectividad, nadie se salva de ella. El humano es víctima de la cultura, en lo personal y en lo grupal. 

Otro argumento de los individualistas es que la mayoría de las aberraciones son cometidas por el colectivo –siempre haciendo alusión directa al Estado-, mientras que la bondad es producto del individuo. ¿Pero en dónde aprende la bondad el individuo? ¿En dónde aprende lo que es bondadoso y lo que es malicioso? ¿En dónde aprende la moral? De su entorno, entre él, de los parámetros sociales. Algunos individualistas dogmáticos se afanan de que las grandes invenciones científicas y tecnológicas provienen del ingenio de individuos, y las tragedias globales como guerras y hambrunas son atribuibles a entidades colectivistas como el Estado. Pero no se detienen a pensar que tanto el individuo, como el Estado, son producto de una cultura colectiva. Si los lineamientos culturales son “malos”, habrá “malos” individuos y "malos" Estados. Si la escala de valores socialmente aceptados es insostenible, tanto el individuo como el colectivo operarán en base a ella, y consecuentemente el orden social será inoperante y “malo”. Es entonces donde se hace útil la propuesta de Jacque Fresco  con respecto al rediseño de la cultura: formar una civilización en base a valores sostenibles como la solidaridad, no caridad. Humanismo, no teísmo. Cooperación, no competencia. Bienestar, no lucro. Educación relevante, no disciplina para servir como herramienta industrial/comercial, como un engrane más en la máquina. Abundancia, no escasez (en el sentido material). Ase hace alusión a la escasez porque, como se ha desarrollado en otras entradas, es un elemento funcional del sistema socio-económico actual. Por último pero no menos importante: pensamiento crítico, no dogmatismo.

“Un individuo todavía no ha empezado a vivir hasta que pueda levantarse más allá de los estrechos confines de sus intereses individualistas hacia intereses más amplios que envuelvan a toda la humanidad.” - Martin Luther King Jr.

Anarquistas -anarcocomunistas o anarcosindicalistas- como Bakunin y Kropotkin, consideraron a la sociedad como la base de la existencia de todo ser humano, ya que ésta lo precedía y además guardaba todo el conocimiento que posteriormente forjaría la personalidad del individuo, lo proveería de herramientas fundamentales como el idioma y el pensamiento crítico, volviéndolo de esa forma en un ser creativo e innovador; que se apoya del saber social y de las herramientas colectivas para producir conocimiento que después puede ser aprovechado, interpretado, modificado o mejorado por otros individuos -o grupos, o Estados-. Incluso el expositor con matices derechistas Matt Ridley, reconoce que el conocimiento está disperso y plantea la teoría del “Cerebro Colectivo”, estableciendo que el saber -conocimiento, cultura- se transmite de ser humano en ser humano, de generación en generación, de tal cuenta que todos al mismo tiempo pueden llegar a ser -y son, en mayor y menor medida- parte del saber colectivo. Carl Sagan dijo una vez que la quema de la Biblioteca de Alejandría fue como un daño cerebral auto-infringido por la humanidad a su  propio cerebro colectivo.

Se infiere que el individuo sin la sociedad no es nada. Pero de igual forma, es válido alegar que una sociedad sin individuos, no es sociedad. Lo cual es cierto -por eso la relación simbiótica entre individuo y sociedad-, pero es válido afirmar también que son muy pocos los individuos que tienen un impacto sustancial en la sociedad, en cambio la sociedad tiene un impacto definitivo en todos los individuos, a menos que se hayan criado solos y  bajo de una roca. 

Ojalá la sociedad estuviera infestada de individuos como Einstein, Sagan, Tesla, Galileo, Copérnico, Fuller, Da Vinci, Fresco, Newton, Leibniz, Aristóteles, Sócrates, etc. Pero no es así. Sin embargo, estos genios llegaron a ser lo que fueron por la influencia de otros genios que adquirieron y emanaron conocimiento antes que ellos. “Si puedo ver más allá es porque me sostengo en los hombros de gigantes.”. Frase que se le atribuye originalmente a Bernard de Chartres, y que fue repetida por Newton, Einstein y Fresco. Significa que lograron hacer lo que hicieron porque tuvieron a su alcance el conocimiento y las ideas que sus predecesores produjeron. Derivaron su conocimiento y sus aportes de información preexistente, como lo hace todo ser humano. 

La sociedad está presente en cada individuo y eso es innegable. El entorno social es un factor determinante, decisivo en el actuar del individuo, y quien lo niegue tendría que comprobar la existencia de alguien nunca se ha valido de nada ni nadie exterior a sí mismo(a) para forjar su criterio -lo cual es imposible-. ¿Acaso nunca ha leído un libro, visto un documental, escuchado una conferencia, oído una canción, estado en una clase o escuchado una noticia? ¿Inventó su propio idioma, sus propias reglas sociales y sus propias leyes naturales?

Hace meses, por las redes sociales circuló una historia -si es cierta o no, es irrelevante- sobre un antropólogo que viajó África para conducir un experimento. Colocó en la base de un árbol una canasta de frutas y le dijo a un grupo de niños que corrieran hacia ella. El primero en llegar, la recibiría como premio. Cuando el antropólogo dio la orden de salida, todos los niños se tomaron de las manos y caminaron juntos hacia el árbol. Al llegar se repartieron el botín y disfrutaron todos de las frutas. Cuando el sorprendido antropólogo les preguntó que por qué habían hecho eso, los niños le contestaron todos al unísono “Ubuntu: Yo soy porque nosotros somos ¿Cómo uno de nosotros podría ser feliz si todos los demás están tristes”. Es cierto que este relato es bastante romántico, pero si de alguna forma se lograra adaptar a la realidad el ideal de Ubuntu, se alcanzaría una civilización mucho más propensa al bienestar y a la salud mental de todos los involucrados, e incluso no involucrados.

En conclusión es claro y contundente: la sociedad y la cultura son factores que están por encima de las decisiones personales de cada individuo -por más tiránico que esto se oiga-. Si queremos que los individuos sean “buenos”, creativos, solidarios y felices, se debe promover una cultura y un modelo social que facilite eso, no que lo limite, lo castigue o que lo suprima. 

El jurista italiano Sergio Cotta dijo una vez que: “…El individuo, en cuanto imperfecto, tiene constitutivamente la necesidad de los demás para ser él mismo: es, por naturaleza, ‘yo-con-el-otro’. Una coexistencia que no es ocasional y soslayable, sino la expresión de una condición ontológica, natural. Si el individuo quiere alcanzar una conciencia de sí mismo, no puede dejar de adquirir conciencia de su propia capacidad de relación… Nadie puede vivir sin abrirse, sin cooperación mutua, y si cada uno es libre de comportarse como le parezca, la vida está en constante peligro, se vuelve insegura, y el perfeccionamiento integral de uno mismo se hace precario cuando no imposible, puesto que estaríamos a expensas de la mera fuerza, según la ley, precisamente, de la selva.”

“Al final, qué es un océano sino una multitud de gotas” – David Mitchell, Cloud Atlas.

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