martes, 19 de febrero de 2013

La Abolición del Trabajo (II)






La Abolición del Trabajo (II)
de Bob Black
La Abolición del Trabajo y otros ensayos (1985)
Traducción al español: Giancarlo Melini


Así es el “trabajo”. Jugar es lo opuesto. Jugar es siempre voluntario. Lo que de otra forma sería juego se vuelve trabajo si es forzado. Es axiomático. Bernie de Koven ha definido el juego como la “suspensión de las consecuencias”. Esto es inaceptable si eso implica que jugar no tiene consecuencias. No es que el juego no tenga consecuencias. Eso sería rebajar al juego. El asunto es que las consecuencias, si las hay, son gratuitas. El jugar y el dar están estrechamente relacionados, son facetas conductuales y transaccionales del mismo impulso, -el instinto de jugar-. Ambos comparten un desdén aristocrático de resultados. El jugador obtiene algo del juego, es por eso que juega. Pero la recompensa esencial es la experiencia que se tiene de la actividad misma (sea lo que sea). Otros estudiosos del juego, como Johan Huzinga (Homo Ludens) definen el juego como “seguir reglas”. Yo respeto la calidad de erudito de Huzinga pero enfáticamente rechazo sus aserciones. Hay muchos juegos buenos (ajedrez, baseball, Monopoly, Bridge) que están gobernados por reglas pero hay mucho más que jugar que sólo “seguir reglas”. Conversar, el sexo, el baile, viajar –estas prácticas no están gobernadas por reglas pero son ciertamente juego-. Y las reglas pueden ser jugadas –modificadas- tan fácil como cualquier otra cosa.


El trabajo se burla de la libertad. El lema oficial es que todos tenemos derechos y que vivimos en una democracia. Otros desafortunados que no son libres como nosotros viven en estados policías. Estas víctimas obedecen órdenes ¡o sí no!, sin importar cuán arbitrarias sean. Las autoridades los mantienen bajo constante vigilancia.  Los burócratas estatales controlan hasta los detalles más pequeños de la vida cotidiana.  Los oficiales que los oprimen son cuestionables únicamente por sus superiores, públicos o privados. De cualquier manera, la desobediencia es castigada. Los informantes se reportan regularmente con las autoridades. Todo esto se supone que es algo malo.

Y lo es, pero no es nada más que una descripción del lugar de trabajo moderno. Los liberales, conservadores y libertarios que lamentan el totalitarismo son unos falsos e hipócritas. Hay más libertad en cualquier dictadura moderadamente Estalinista que en cualquier lugar de trabajo Americano. Se encuentra la misma clase de jerarquía y disciplina en una oficina o fábrica que en una prisión o monasterio. De hecho, como Focault y otros han mostrado, las prisiones y las fábricas se crearon aproximadamente al mismo tiempo, y sus operarios conscientemente se prestaban unos a otros las técnicas de control. Un trabajador es un esclavo de tiempo parcial. El trabajo le dice cuando presentarse, cuando se puede ir, y qué tiene que hacer durante ese tiempo. Él dice cuanto trabajo hay que hacer y que tan rápido. Está libre para usar su control al límite de la humillación, regulando, si así le place, la ropa que usa el trabajador o la frecuencia con la que se va al baño. Con unas pocas excepciones puede despedir por cualquier razón, o sin razón alguna. Espía a los trabajadores con informantes y supervisores; amasa un enorme expediente de cada empleado. Responder es “insubordinación”,  como si el trabajador  fuera un niño travieso, y no solo hace que lo despidan, sino que también descalifica para pedir compensación de despido. Sin necesariamente aprobarlo para ellos tampoco, reciben exactamente el mismo trato que reciben los niños en sus casas y en sus escuelas, justificado en éste último caso en la supuesta inmadurez. ¿Qué dice esto acerca de los padres y maestros que trabajan? 

El denigrante sistema de dominación que he descrito rige sobre la mitad de horas de actividad de la mayoría de mujeres  y la vasta mayoría de hombres por décadas, la mayoría de sus vidas. Para ciertos propósitos no es muy engañoso llamar a nuestro sistema democracia o capitalismo o -mejor aún- industrialismo, pero su verdadero nombre fascismo de fábrica u oligarquía de oficina. Cualquiera que diga que la gente es "libre" está mintiendo o es estúpido. Eres lo que haces. Si tú haces trabajo aburrido, estúpido y monótono, es probable que termines siendo aburrido, estúpido y monótono. El trabajo es una mejor explicación para la tétrica cretinización a nuestro alrededor que incluso esos significativos mecanismos de idiotización como la televisión o la educación. Las personas que son regimentadas todas sus vidas enviadas a trabajar después de la escuela y frenada por la familia desde el principio y la crianza de su hogar al final, están habituadas a la jerarquía y fisiológicamente esclavizadas. Su aptitud para la autonomía está tan atrofiada que su miedo a la libertad está dentro de sus pocas fobias racionales. Su entrenamiento para la obediencia en el trabajo se transfiere a las familias que comienzan, de esa forma reproduciendo el sistema en más de una forma, y en la política, cultura y todo lo demás. Una vez drenas la vitalidad de la gente en el trabajo, ellos seguramente se someterán a la jerarquía. Están acostumbrados a hacerlo.

Estamos tan cerca al mundo del trabajo que no podemos ver lo que nos hace. Tenemos que confiar en observadores externos de otros tiempos u otras culturas para apreciar el extremismo y la patología de nuestra actual posición. Había un tiempo en nuestro propio pasado cuando la "ética del trabajo" hubiera sido incomprensible, y tal vez Weber estaba metido en algo cuando trató de amarrar su aparición con una religión, el Calvinismo, el cual si hubiera surgido hoy y no cuatro siglos atrás hubiera sido inmediata y apropiadamente etiquetado como un culto. Pero así es el asunto, nosotros solo tenemos que dibujar sobre la sabiduría de la antigüedad para poner el trabajo en perspectiva. Los ancestros vieron el trabajo por lo que es, y su visión prevaleció, a pesar de los maniáticos calvinistas, hasta que fue derrocado por el industrialismo, pero no sin antes recibir el visto bueno de sus profetas.

Vamos a pretender por un momento que el trabajo no convierte a la gente en un sumiso embrutecido. Vamos a pretender, en desafío a cualquier psicología coherente y la ideología de sus promotores, que no tiene efecto en la formación del carácter. Y vamos a pretender que el trabajo no es aburrido y extenuante y humillante como todos sabemos que realmente es. Incluso así, el trabajo seguiría burlándose de cualquier aspiración humanística y democrática, sólo porque usurpa mucho de nuestro tiempo. Sócrates dijo que los trabajadores manuales eran malos amigos y malos ciudadanos porque no tienen tiempo de cumplir con las responsabilidades de la amistad y de la ciudadanía. Él estaba en lo correcto. Porque el trabajo, sin importar lo que hagamos seguimos viendo nuestros relojes. Lo único libre del así llamado "tiempo libre" es que no le cuesta nada al jefe. El tiempo libre es mayormente dedicado a prepararse para ir a trabajar, ir a trabajar, regresar de trabajar y recuperarse de trabajar. El tiempo libre es un eufemismo para la peculiar manera en que el trabajador como factor de producción no sólo cubre sus propios gastos de transporte de ida y vuelta al lugar de trabajo sino que asume la prioritaria responsabilidad de mantenerse y repararse a sí mismo. El carbón y el acero no hacen eso. Los cueros y las máquinas de escribir no hacen eso. Pero los trabajadores sí. No hay duda de por qué Edward G. Robinson en una de sus películas de pandilleros exclamó: "El trabajo es para los exprimidos."

Ambos Platón y Jenofonte atribuyen a Sócrates y obviamente comparten con él la conciencia de los destructivos efectos del trabajo sobre el trabajador como ciudadano y como ser humano. Herodoto identificó el desprecio al trabajo como un atributo de los griegos clásicos en la cúspide de su cultura. Para tomar solamente un ejemplo romano, Cicerón dijo que "cualquiera que dé su trabajo por dinero se vende a sí mismo y se pone a sí mismo al nivel de los esclavos."  Su franqueza es muy rara en la actualidad, pero las sociedades primitivas contemporáneas que solemos mirar con desdén han proporcionado voceros que han iluminado a los antropólogos occidentales. Los Kapaku de Irán del Oeste, según Poposil, tienen una concepción de balance en la vida y de conformidad solo trabajaban un día sí un día no, el día de descanso estaba apartado para "recargar el poder y la salud perdidas." Nuestros ancestros, aún tan reciente como en el siglo dieciocho cuando todavía estaban tan lejos del camino de nuestro actual predicamento, por lo menos estaban consientes de lo que nosotros hemos olvidado, el lado oscuro de la industrialización. Su religiosa devoción a "San Lunes" -entonces estableciendo de facto la semana de 5 días entre 150 y 200 años antes de su consagración jurídica- era la desesperanza más grande de los antiguos dueños de las fábricas. Ellos se tomaron un largo tiempo para subyugarse a la tiranía de la campana, predecesora del reloj. De hecho fue necesario que una generación o dos reemplazaran a los hombres adultos con mujeres acostumbradas a la obediencia y niños que pudieran ser moldeados para ajustarse a las necesidades de la industria. Incluso los explotados campesinos del antiguo régimen se tomaron un tiempo sustancial desde la época del trabajo a su señor feudal. Según Lafargue, un cuarto del calendario de  los campesinos franceses estaba dedicado a los domingos y a los días santos, y las cifras de Chayonov sobre las aldeas de la Rusia Zarista -apenas una sociedad progresista- igualmente muestran un cuarto o quinto del calendario de los campesinos destinado al reposo. En control la productividad estamos muy por detrás de estas ancestrales sociedades. Los explotados mujics se preguntarían por qué nosotros seguimos trabajando. Nosotros también deberíamos.

Para comprender la completa enormidad de de nuestro deterioro, es necesario sin embargo considerar la más temprana condición humana, sin gobierno ni propiedad, cuando deambulábamos como cazadores-recolectores. Hobbes argumentó que la vida en ese entonces era sucia, brutal y corta. Otros asumieron que la vida era una desesperada e incesante lucha por sobrevivir, una guerra librada en contra de la dura naturaleza con la muerte y el desastre esperando al infortunado o cualquiera no fuera lo suficientemente fuerte para enfrentar el reto de la lucha por la existencia. En realidad, esa no era más que una proyección de miedo al colapso de la autoridad del gobierno ante comunidades que no se ajustaban a acatarlo, como la Inglaterra de Hobbes durante la Guerra Civil. Los compatriotas de Hobbes ya habían encontrado formas alternativas de organizar a la sociedad que ilustraban otros modos de vida -en Norteamérica particularmente- pero estos ya se alejaban demasiado de la experiencia como para ser comprensibles.  (Los órdenes más bajos, más cercanos a la condición de los Indios, lo entendían mejor y usualmente lo encontraban atractivo. Durante el siglo diecisiete, colonos ingleses que desertaban para irse con tribus indias, o los capturados por la guerra, se rehusaban a regresar. Pero los indios desertaban tanto a las colonias blancas como los alemanes saltaban el Muro de Berlín desde el oeste).  La versión de “la supervivencia del más fuerte” -la versión de Thomas Huxley- del Darwinismo era una mejor la mejor forma de describir las condiciones económicas de la Inglaterra Victoriana de lo que era la selección natural, tal y como el anarquista Kropotkin mostró en su libro “El Apoyo Mutuo, un factor de la evolución”. (Kropotkin era un científico -un geógrafo-  que había tenido una amplia e involuntaria oportunidad de trabajo de campo mientras estuvo exiliado en Siberia: él sabía lo que estaba hablando). Como la gran mayoría de de teoría político-social, la historia que Hobbes y sus sucesores contaron era en realidad una autobiografía no reconocida.

Continuará.

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